Los 35 grados a la sombra no se viven igual en una ciudad que al lado del mar. 29 grados de noche no se duermen de la misma manera en la urbe que en el mar o en el campo. Verdades simples que alimentan mi retina cuando yo, veraneante urbana, paseo, miro y observo el veraneo de los humildes. El verano de los que nos quedamos en el mismo escenario los 365 días del año.

La supervivencia al calor sin piedad, los pobres la solventan de extrañas maneras como esos inquilinos en una finca de pisos baratos que pusieron en su pequeña terraza, donde tienden la ropa y donde apenas cabe una silla, unos parasoles gigantes que creí pantallas que se usan en los sets de cine para matizar luces y sombras. Deliré, los confundí con un escenario de ciencia ficción, y ahora que lo pienso, ¡menuda sandez!, si hoy todo es distopía disparatada.

Veraneo modesto es sacar un cubo, un corcho y un sedal y con un cebo barato aguardar que pique algún pez que llevar a la sartén. Me cuentan que las lisas son buenas. A mí la boca se me llena de limo nada más pensarlo. Veo feliz al pescador de urbe y me reconforta en ese gesto antiguo de sujetar la caña y esperar las señales del hilo, tirones de aviso. ¡Habrá cena!

No muy lejos, siempre a última hora de la tarde, contemplo a dos señoras sentadas en sus sillas de playa, con los pies en remojo en este mar que parece una terma romana. El táper con restos de tortilla es tentación para las rastreras gaviotas que ya se acercan como los impertinentes mosquitos, esas sanguijuelas con alas y sonajero.   

Los que no llegan al mar, se las apañan con el poco verde que otorga esta ciudad cuyo aprecio ha caído por los suelos. Según una encuesta de la OCU realizada a los usuarios en 2020, las ciudades con peor calidad de vida son Madrid, Barcelona y Palma. ¿Qué tiene que decir ahora The Times que nos vendió en 2015 como la mejor ciudad del mundo para vivir? Yo les enviaría una foto del estanque del parque de mi barrio que lleva sin agua desde junio. No hay restricciones. Falta una pieza que no llega justifica el Ayuntamiento. ¡Menos mal que los humildes tienen ingenio y han convertido la cubeta vacía en un pequeño campo de fútbol!

Pues eso, el veraneo en ciudad solo necesita un parasol gigante, un sedal, una caña, unas sillas plegables y una pelota.

¡Feliz verano!