Cruceristas en Vila el pasado miércoles. | Daniel Espinosa

Esto es lo que auguran empresarios, políticos, turoperadores, aerolíneas, etc. La pregunta es obligatoria: ¿para quién? Volveremos a batir récords de visitantes, de facturación, de alquiler de vehículos de lujo, de amarres de yates, de pernoctaciones, de precio medio por turista, de cruceros y de todo lo que quepa. Porque en Ibiza cabe todo y decimos amén a los deseos del primero que venga con otra ‘original’ idea de negocio mediante la cual prostituir la marca «Ibiza». Ya sea vender aire, arena, humo o ceremonias místicas a la sombra des Vedrà, todo se ha mercantilizado. Ya no hay lugar para más elucubraciones ni más inversores y pronto no habrá lugar para nosotros porque los residentes seremos un estorbo. La sequía, el calentamiento del mar o los vertidos no son todavía causa suficiente para poner coto a una presión demográfica desbordada que estrangula a un territorio frágil en manos de capital extranjero.

A estos últimos poco les importa el futuro porque el negocio está en el presente y cuando lo hayan exprimido, buscarán otro lugar de características similares para desolar. Los residentes sufren las prohibiciones pensadas para los grandes capitales, mientras estos últimos se aprovechan del hastío de los locales para hacerse con el campo ibicenco. De la casa payesa hemos pasado a la «villa», del chiringuito al beach club y del bollit de peix al salmón acevichado. Este tsunami llamado globalización y este fenómeno llamado turismo de masas devora nuestra cultura, mientras asistimos impasibles a la destrucción de nuestro hogar. Sin vivienda asequible, sin refugio del que resguardarse de las masas y con una inflación desbordada, sobrevivir en las Pitiusas es un acto de valentía al alcance de pocos. La resistencia sigue aletargada en brazos de Morfeo.