En los últimos tiempos han aparecido varios artículos, algunos de personas reconocidas, que describían la parentalidad como algo frustrante, muy sacrificado y con una recompensa mínima. Como respuestas a estas opiniones otras se han manifestado defendiendo férreamente el placer de tener hijos, la recompensa del amor incondicional, la satisfacción, etc. e incluso tachando al otro extremo de ególatras y/o egoístas.

La maternidad o la paternidad se conforman como consecuencia de la suma de momentos, situaciones y experiencias. En muchas ocasiones estas vivencias pueden ser muy gratificantes y nos sentimos afortunados por tener unos hijos que «no merecemos». En otras lo que tenemos son ganas de ir a «comprar tabaco» (aunque no fumes) y no volver durante un largo período, dado que determinados hechos nos hacen desesperar.

Estos dos estados de ánimo son cotidianos y nos generan emociones muy opuestas, por este motivo he pasado a definirme como padre ambivalente. Es decir, en un mismo día puedo tener sentimientos encontrados hacia mis hijas. Nunca he tenido la sensación de no quererlas, nada más alejado de la realidad, pero en algunas situaciones reconozco que las «regalaría».

En ocasiones el «amor incondicional» por los hijos puede verse afectado: cuando tienes que levantarme 3 veces por la noche y te condiciona el descanso, cuando tienen actitudes egoístas y autoritarias, cuando vienen del instituto y lo más parecido a un saludo es un gruñido, cuando una actividad suya condiciona una tuya, y un largo etcétera. Quizás si no existiesen los momentos que generan emociones adversas no apreciaríamos aquellas situaciones en las que nos sentimos gratificados: cuando tu hijo te hace reír, cuando te dice que te quiere, cuando consigue un éxito, cuando sin pedírselo te da la mano o un abrazo, cuando te descubre cosas nuevas, cuando está haciendo una actividad y te busca con la mirada, y otro largo etcétera.

La parentalidad está llena de emociones opuestas, en la gestión de la ambivalencia encontramos la clave. Asumamos que existen momentos en los que podemos dudar, asumamos que en ocasiones nos cuesta mucho ejercer la función parental, asumamos que el «sacrificio» es alto, pero no olvidemos que nuestros hijos están aquí porque los hemos traído nosotros y su objetivo no es hacernos felices sino definir su propia vida. ¿Existe algo más ambivalente que ayudarles a realizar su propio camino cuando lo que deseas es que permanezcan contigo?

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