Me gustan las personas que dan las gracias», afirmaba la poetisa Lucía Hormigo en uno de sus versos para Instagram, y yo, que la sigo a hurtadillas del mismo modo que a otras grandes plumas de nuestro tiempo como Elvira Sastre, Patricia Benito, Sara Búho, Nerea Delgado o Sara Bueno, hice mías sus palabras compartiéndolas en mis stories. Al cabo de un par de horas, varias amigas comenzaron a enviarme abrazos en forma de letras: «gracias por ser una gran compañera de trabajo», «gracias por hacer reír siempre», «gracias por publicar post inspiradores», «gracias por hacer del mundo un lugar más bonito» o, simplemente, «gracias, porque sí, por ser y estar». Imagínense mi estupefacción cuando descubrí que mi buzón virtual se estaba llenando de corazones de colores y de emoticonos positivos. Al principio, al ver cómo Lola, Susana, Helher, Moss, Bárbara, Nuria o Ana me escribían, no entendí el porqué de sus mensajes, pero a los pocos segundos caí en la cuenta de que a primera hora había posteado ese contenido de forma natural, no para reivindicar nada, sino como sonrisa a su autora.

Me paré, saqué mi hoyuelo de paseo y decidí que este sería el tema con el que les saludaría hoy desde esta atalaya, porque hoy nada me parece más importante que reivindicar la educación, el respeto y el afecto. Esa frase tan aparentemente sencilla cobraba sentido porque sí, sin más, porque a mí, personalmente me gusta que me recuerden que algo ha sido importante o valioso, porque reconozco a quienes me piden las cosas por favor y me responden a su vuelta de forma afectiva, no importa que sea un proyecto de trabajo, un kilo de tomates o un billete de avión. Gracias a todas las personas que como un espejo os reflejáis en estos pequeños actos cotidianos, rutinarios, pero importantes, porque hacéis los días mejores, las cuestas menos pronunciadas y las bajadas más suaves. Gracias a las personas que contestan bien, que piensan antes de hablar y que entienden el valor de las miradas y de los gestos.

Por cierto, Mirian, no se me ocurre una forma mejor de terminar este artículo que dándote las gracias por ser la mejor hermana del mundo. Gracias por enseñarme a leer y por ser tan paciente conmigo, cuando me empeñaba en juntar letras, aunque todavía no me tocaba, mientras te hacía trampas en todos los juegos del mundo o te rogaba que me enseñases a tocar la guitarra.

Gracias por cantarme mil veces las canciones que me inspiraban, por pelearte conmigo para demostrarme que no se puede tener todo en esta vida y por auparme hasta todos los árboles y todas las cimas. Gracias por enseñarme a patinar, a hacer aviones de papel, a pintar, a cosechar amigos y a ser fiel y leal.   

Gracias por compartir habitación, confidencias, alegrías y lágrimas conmigo, por decirme siempre las verdades y curarme con tus abrazos, por entenderme sin juzgarme y por respetarme hasta límites insospechados.

Gracias por llamarme estos días «tu persona vitamina» sabiendo siempre cuándo estoy triste y necesito un zumo de mimos y por hacerme regalos increíbles, únicos y con tanto amor que caben en ellos mil historias y mil mundos.

Gracias por ser la otra mano pegada a la mía en mi primer concierto, en mi primer amor y en todas las celebraciones. Hoy es tu cumpleaños y, sin embargo, soy yo la que te da las gracias y te celebra, ya lo ves: gracias, Miri, por cuidarme siempre como la hermana pequeña que nunca quisiste y te tocó en suerte, por protegerme y arroparme y por escucharme. ¡Qué suerte la mía pasearme a tu lado por la vida y qué fortuna tienen los nuestros de compartir contigo hoy mucho más que una tarta casera de manzana de mamá! Te quiero: gracias. Gracias a todos.