Probablemente, el embajador Agustín Santos Maraver hubiese sido cesado tras las elecciones del 23 de julio como embajador representante de España en la ONU, independientemente de quien ganase las elecciones. Por otra parte, apenas le quedan dos años para la jubilación. O sea, que no podía alargar mucho su recorrido profesional.

Pero la vanidad es sin duda uno de los grandes defectos del ser humano y en mayor medida entre los diplomáticos. Y así no pudo rechazar la oferta de Yolanda Díaz para incorporarse a la lista electoral de Sumar, en Madrid, en el segundo puesto, nada menos. Ardió Troya. Santos era literalmente un don nadie sin interés alguno para la prensa y ahora en el ojo del huracán, no tiene escapatoria ni la merece.

A Yolanda le ha salido mal. Creía contratar a un Messi o a un Vinicius y se ha encontrado con un jugador cojitranco con una grave lesión de ligamentos cruzados. Es decir, averiado. A Santos también, aunque hay que ser muy ingenuo para no pensar que no iban a ser recordados todos los artículos infames que ha estado escribiendo contra el orden institucional, la jefatura del estado o contra la unidad de España tal como está reconocida en la Constitución. ¿Cuál es el verdadero Santos, el que iba al consejo de seguridad de la ONU o el que escribía machacando todo aquello que debía representar?

Un diplomático puede pensar lo que quiera y aspirar al imposible pero no puede confundir a la gente escribiendo artículos que desacreditan su propia función de representante de España. No se puede repicar y estar en la procesión. Sobre todo, no se puede confundir a la gente.

Hay algo unánime. Si quieres manifestarte en los medios de manera tan rotunda, hay que dimitir del cargo. Ojo, no basta, el diplomático ha de ser imparcial siempre, en cualquier cargo y si no es capaz de serlo tiene que abandonar el servicio. Lo que no puede es insultar a quien le paga o, en otros casos, pasearse por el ministerio con una pegatina de ‘No a la guerra’.

El sector más conservador del mundo diplomático español ha reaccionado rápidamente armando un escrito, bien razonado, pero no excesivamente convincente. La mayoría de los que se han manifestado no conocen personalmente a Agustín Santos. Yo sí. Trabajó conmigo en los 90 en el gabinete del presidente del Gobierno. Ya entonces era un comunista trotskista al que había que corregir sus informes porque lamentaba la desaparición de la URSS. Posteriormente, en un momento delicado para los dos, me decepcionó profundamente mostrándome su peor cara. No, Agustín Santos no va a sumar en Sumar, a menos que el próximo presidente del Gobierno sea un (una) comunista.