Hemingway ostenta el récord de daiquiris del Floridita, cuando todavía los hacían en noble coctelera antes que en batidora yanqui (paradojas de la revolución de los barbudos). La resaca debió ser tan monumental que, a la mañana siguiente, se inventó una copa legendaria: el Papa Doble, que mezcla ron, pomelo y una gota de marrasquino. «El azúcar es el enemigo del bebedor», sentenció y, como en tantas otras materias vitales, iba sobrado de razones. Por su parte, el enamorado de Ibiza Erroll Flynn, trasegaba los mojitos sin azúcar, lo cual asombraba al barman (habitualmente son abstemios) por la presunta acidez. El secreto, clamaba el capitán de la goleta ‘Zaca’, está en poner mucho más ron que lima.

Pero con el empacho electoral que vivimos en la tórrida Celtiberia, uno va directo por el ron a palo seco, especialmente cuando se encuentra una botella de Santiago 12 años o la hermosa literata Laura Riascos trae La Hechicera colombiana. ¿Cómo si no aguantar la pérfida treta del trilero Sánchez de votar a cincuenta grados y boicotear las vacaciones? Pero ni los atascos del voto por correo, el empalago sin chicha ni limoná de Yolanda (zumba como un tramposo cocktail sin alcohol, preparado con artificiales zumos de tetrabrick), el victimismo del autócrata cuando se le critica o alguien osa frenar su diarrea verbal, las plañideras nacionalistas, el voto de Txapote, etcétera, lograrán evitar el cambio político que se acerca. Creo que España está frita de tanta mentira y gestión delirante, de los impuestos de sátrapa (aquí controlan mucho los ingresos y poco los gastos: ¡Ah, la transparencia!). El cursi Narciso monclovita da repelús.