Y estas son las mañanitas, que cantaba el Rey David…, y me sirvo    un tequilita y brindo por ti. Pues es tremendo esfuerzo eso de acudir a votar en medio de las tórridas tentaciones del verano, periodo vacacional álgido, en mitad de la canícula, cuando Sirio está en su cénit, el can ladra abrasadoramente y las sirenas te acarician con voz tornasolada. ¡Mamma mía! Confiemos en la buena salud democrática de España, en la sabiduría de un pueblo antiguo que ha visto de todo y que sabe, como decía Aristóteles, aquello de que vivir bien es mejor que vivir.

Este es un cónclave distinto de aquel organizado por el césar Tiberio en Capri. Allí reunió a los mayores sabios (un comité muy diferente de la entelequia que nos encerró inconstitucionalmente, pues estaba compuesto de personas reales de prestigio reconocido). Tiberio preguntó a los filósofos, viajeros y poetas: ¿Alguien puede decirme la canción que entonan las sirenas? No hubo acuerdo unánime y el césar entonces ordenó: «Dadme labios jóvenes, con sabor a frutas».

La clave del canto de la sirena me la dio un buen amigo, Luís Racionero, durante un bullit en Es Torrent. De pronto aparecieron unas bellezas acompañando a unos macarras. Estaba claro que ellas se aburrían mortalmente. Hacía tremendo calor y las coquetas se cansaron de los brutos, así que dedicaron su atención a nuestra mesa, apuntándonos sensualmente. Súbitamente el aire se encantó con la música púbica que en la corta distancia esclaviza la voluntad de cualquier macho vitalista. Y naturalmente caímos rendidos durante el tiempo que quisieron regalarnos. Son los milagros de la abrasadora canícula, cuando el canto de la sirena resuena en allegro tempestuoso.