EYa que en español no se entienden en la jaula de grillos del congreso, ahora lo intentarán también en catalán, vasco y gallego. Dudo que los resultados sean mejores –mismos rebuznos, diferentes lenguas—, pero estoy seguro de que serán más caros. Francina Armengol, la misma que exigía a los médicos un certificado de catalán estándar (para el arte de sanar no bastaba el español y niegan la existencia del mallorquín o el ibicenco), ha visto recompensada su devoción sanchista y coqueteos separatistas.
Pues nada, que Francina vaya al bar del Palace a brindar con un gin-tonic, tal y como hacía a la Boris en pleno toque de queda (somos todos iguales, pero los hay más iguales que otros), cuando cortó las libertades baleáricas con la misma saña que su admirado Peter en toda España. Si el gin es de Xoriguer todavía hay esperanza, pero estos socialistas-nacionalistas acostumbran a tener un gusto-susto espeso, son más de ginebra «premium» aderezada cual ensalada.
El castellano es el español que se habla en Castilla, decía Cela; el español es la lengua que hermana y crean todos los pueblos celtibéricos e hispanoamericanos. Es curioso que Cataluña también signifique tierra de castillos y catalán, castellano. Que llevemos unidos siglos de historia fascinante y seamos mil leches de sangre mezclada amorosamente en el lecho. Pero el cainismo, como el esperpento y el realismo mágico (de Llull a Garcilaso, de Bradomín a Gabo, de Lorca a Carpentier) es corriente en el ruedo ibérico y más allá de la charca atlántica.
Por supuesto que en Italia y Francia, donde también tienen la fortuna de hablar diversas lenguas, a nadie se le ocurre impedir sanar o estudiar en francés o italiano. Pero claro, allí no se hacen el harakiri lingüístico ni se venden a los que proyectan destruirlos.