BURGOS - MUSICA - Festival Sonorama 2023. La cantante Eva Amaral actúa en uno de los escenarios del Festival Sonorama 2023, este sábado en la localidad burgalesa de Aranda de Duero. | Paco Santamaría

Yo estuve allí, saltando y brillando en ese concierto. Se me puso la piel de gallina al verle las tetas firmes y libres a Eva Amaral y me pareció un gesto hermoso aquel desnudo físico, unido al que nos estaba regalando desde su garganta, piernas y alma. Los artistas nos cantan y desglosan sus alegrías y sus penas, nos abren la puerta de sus vivencias hasta convertirlas en nuestros himnos y nosotros, que somos quienes les damos vida, las bailamos, las coreamos y las lloramos como si fuesen nuestras propias historias porque, al final, sus discos serán la banda sonora de nuestros recuerdos. Por eso aquel «Son mis amigos» y esa «Revolución» tuvieron tanto sentido y se tradujeron en una comunión en la que todos acudimos a comulgar con una emoción compartida. Por eso las tetas de Amaral brillaron en el Paraíso de Eva.
Yo estuve allí y me pareció hermoso y feminista, no por nuevo, porque hace tiempo que nuestros pechos campan a sus anchas por playas, camas y moda, sino porque estábamos en un festival en el que muchos de los músicos que actuaban se habían despojado de sus camisetas ante el calor y la embriaguez de los aplausos, sin polémica, ni censura alguna. ¿Acaso no tenía Eva el mismo derecho que su batería a mostrar su torso? ¿Es que en igualdad de condiciones debemos seguir siendo las pecadoras que mordieron la manzana prohibida? ¿Cuántos Adanes protagonizaron instantes parecidos sin provocar tantos comentarios sobre su error o acierto?
Todos tenemos derecho a pesar por nosotros mismos, y con este artículo no pretendo en ningún caso contagiarles mi opinión, la cual me pertenece y no viene impuesta, pero no es necesario juzgar con tanta crudeza lo que no se ha vivido y es innecesario golpear con palabras o sentar cátedra. Insisto, yo estaba allí, y lloré y grité con ella. Si para alguno de ustedes lo que hizo Amaral en aquel Edén de música fue una estrategia de marketing, una provocación o una exposición innecesaria de su cuerpo, se lo compro, es su manera de verlo, pero la mía, cogida de la mano de Merche, se pintó con un caleidoscopio mágico de sentimientos. Sus tetas, eran nuestras tetas, las de todas. Aquella mujer de 51 años quiso desnudarse en el 25 aniversario de su banda, algo que no había hecho nunca, para defender a otras intérpretes que habían sido censuradas por ello, y porque le salió de los ovarios. «No sé qué pasará mañana, pero esto va por Rocío, por Rigoberta, por Zahara, por Miren, por Bebe, por todas nosotras. Porque nadie nos puede arrebatar la dignidad de nuestra desnudez y de nuestra fortaleza. Porque somos demasiadas y no podrán pasar por encima de la vida que queremos heredar, donde no tenga miedo a decir lo que pienso». Lo gritó, lo aulló con un megáfono en la mano y lo cantó. Se comió el escenario y yo me quité el sujetador porque llevaba molestándome toda la noche y quería ser parte de esa llave tan liberadora.
¿Nos sexualizamos cuando enseñamos las tetas para preguntar por qué dan tanto miedo y que oscuridad hay en ellas? Si nuestros pechos son fruto de alimento, seno de vida, rincón de abrazos y preludio de noches de amor eternas, ¿no somos dueñas de ellas para decidir dónde, cuándo, cómo, con quién y de qué forma disfrutarlos, mostrarlos o cubrirlos?
Vivimos en un país en el que nadie nos encierra en celdas por no cubrirnos el pelo, por decidir a quién querer o con quién acostarnos y en el que somos iguales ante la sociedad y ante la ley. Todavía nos despertamos algunas mañanas con un sabor metálico en la boca tras rechinar los dientes ante el miedo de ser atacadas, violadas o asesinadas y convivimos con la condescendencia, con la misoginia o con la necesidad de correr el doble para alcanzar las mismas metas, pero estamos aquí: fuertes, libres y poderosas y seguimos ascendiendo en esta revolución.
Vivimos en un rincón del mundo en el que nuestras miradas, nuestras bocas y nuestras tetas no son esos oscuros objetos de deseo que debemos esconder para no hacer pecar a los hombres, y por eso, porque vivimos en un lugar en el que, si a Eva Amaral le apetece quedarse en tetas para dejar fluir su voz plena, deberíamos alegrarnos por ello. Yo, desde esta atalaya solo puedo darle las gracias y rogarle que nos sorprenda en Sonorama Ibiza y que obre el milagro de volver a hacerme bailar sus letras en la tierra que he escogido para vivir y amar, tras permitirme hacerlo en la que me vio nacer y donde su balada, todavía me acuna.