El otro día me dieron raors del delta del Ebro y no estaban mal, pero no podían compararse al magnífico mero pitiuso que devoré a continuación; también los he probado por otras islas mediterráneas, a precio más razonable, pero no saben freírlos tan bien como en Es Torrent, el Xarcu o Can Alfredo.

Lo importante es que hemos sobrevivido al ferragosto, a tanto gañán con dinero o sin dinero que comparten nula educación, a las traiciones y puñaladas por la espalda de gente que creíamos amiga, al desencanto político, a los abominables garitos que tienen patente de corso municipal para joder al vecindario (¿por qué el concepto de modelno lujo isleño, a menudo vulgar y chabacano, simple simulacro para dar el sablazo a esclavos de la publicidad que nada saben del arte de vivir, tiene licencia para molestar? Ya que no les multan como se merecen y la corrupción permite que sigan con su actividad, ¿cuándo les obligarán a adquirir caros sistemas de sonido que limiten efectivamente la intolerable contaminación acústica de su bakalao electrónico? Urge actuar contra tanto desmán que pone en peligro el verdadero lujo pitiuso, ese mismo que se goza antes con el corazón que el bolsillo y que es nuestro principal atractivo, hoy amenazado la ambición desmedida de unas mafias que untan a indignos elegidos a diestra y siniestra).

Pero al fin se abre la veda del raor, suculenta piraña pitiusa, el pez más sibarita porque nada contra la corriente turística. Su temporada va de septiembre a marzo, la misma que escogen tantos viajeros sensuales, belle epoque para acercarse a la Isla del itifálico y benevolente dios Bes.