Cuando lo conocí me pareció un chico agradable, tímido, con una sonrisa ladeada que sacaba poco a pasear y la mirada esquiva. El día en el que supe que su novia se suicidó por su culpa me limité a ser cortés y a responderle con monosílabos. Tenían 16 o 17 años y, tras un año de relación, ella le dijo que prefería que siguiesen siendo solo amigos. Él decidió responder a esa ‘afrenta’ imprimiendo y empapelando con fotos íntimas suyas cada calle, farola y pared de su pueblo y ella no soportó el escarnio público. Se quitó la vida por unas imágenes que no solo la desnudaron por fuera y por dentro, sino que le robaron el honor y el futuro, y él se quedó con esa cara de perro abandonado que confío siga paseando en soledad el resto de sus días. Ella hoy ya no ríe, ni sueña, y él carece de alma.
Cinco años y una carrera después, cuando mi novio y yo rompimos de manera ordenada y con un abrazo, osó llamarme para preguntarme cómo estaba y para acusarlo ‘de ser un capullo que no me merecía’. Acto seguido me invitó a salir. Ahí le dije todo lo que llevaba dentro, no sé si alguien le había dicho alguna vez el tipo de ser oscuro que era y el tamaño de su culpa, pero lo último que escuché fue su voz muda, un ruido metálico y el pitido del teléfono vacío al otro lado. Para mí siempre será un asesino, un cobarde, escoria humana que tendría que haber pagado por lo que hizo. Ambos eran menores, por lo que no solo compartió pornografía infantil, sino que cometió un delito de revelación de secretos, contenido en el artículo 197.7 del Código Penal que establece penas de prisión de tres meses a un año. Nunca más supe de él y no sé si dormirá por las noches o qué fantasmas le rondarán, pero espero que sean muchos y muy fuertes para que nunca pueda disfrutar del silencio que arrulla a las personas buenas.
Su historia me hizo más precavida de lo que ya era. Si nunca antes había compartido imágenes mías con poca ropa, en aquel entonces tenía solo cuatro o cinco fotografías en bikini y poco más, me dediqué a aconsejar a mis amigas para que no sucumbieran a los ruegos de sus parejas y que rechazasen hacerles ese regalo. Y les hablo de una época en la que no había móviles grabando cada segundo de nuestras vidas, donde las cámaras solo las usábamos en viajes o en eventos muy especiales y en la que la intimidad era una habitación maravillosa y privada cuyos recuerdos no necesitábamos compartir con extraños en ninguna red social.
Estos días en los que veo cómo niñas y mujeres como ella sufren historias similares, con la distribución de sus vídeos íntimos, no puedo evitar recordarla. Porque seguimos siendo juzgadas por ser promiscuas, o demasiado sexys, por habernos expuesto o por haber permitido que nos grabasen. Porque para los cavernícolas con teléfono ‘nos merecemos que nos pasen esas cosas por ser chicas malas’, sirviendo estos pretextos como excusa para esos delincuentes que atentan contra nuestros derechos. Quien creyó que era gracioso ver su cuerpo expuesto en aquellas hojas fue también culpable de su muerte y quien comparte un vídeo sexual, independientemente de cómo le haya llegado, está cometiendo un atentando directo contra esa persona que puede ser penado.
Decidles a vuestros hijos qué está bien y qué está mal, recordadles que sus acciones tienen consecuencias: evitad que sigan robando almas. Hablad entre vosotros, sois libres para usar vuestros cuerpos y disfrutar de ellos, pero no de los ajenos, no lo sois para compartir vuestras hazañas. Salid de las cuevas y mirad hacia la luz porque esta no hace daño; lo que sí que lacera es divertirse con el dolor ajeno, con la vergüenza de los demás y, por si eso no os convenciera, recordad que podéis ir a la cárcel por hacerlo. Si nos grabáis sin nuestro consentimiento las penas son de tres meses a un año; si, además, compartís esos archivos con terceros el castigo puede ser de uno a tres años de prisión. Y si eres tú la víctima no te calles, no te escondas, ni te avergüences. Denuncia, levanta la barbilla y recuerda que no estás sola, que los culpables son ellos y que ya nos hemos cansado de su peste a caverna.