Hace ya algún tiempo, algunos antropólogos contemporáneos, con la finalidad de actualizar sus estudios, decidieron abandonar sus puestos en las bibliotecas universitarias para adentrarse en el mundano universo de los centros comerciales y de las discotecas. Y es que, en estos lugares, si se observa bien lo que sucede a nuestro alrededor, podemos extraer infinidad de conclusiones acerca de la cultura y la forma de vida de los vertebrados bípedos que, en pleno siglo XXI, habitan en nuestro planeta Tierra.
Basta con adentrarse en una tienda de ropa. Bershka, por ejemplo. Aunque hay muchas otras que utilizan la misma estrategia comercial. Nada más hacerlo, tus oídos ensordecerán por el alto nivel de la música que resuena entre sus paredes. Una música que siempre es igual o, al menos, del mismo estilo. Reggaetón, muchas veces sin letra. Sólo una base constante y uniforme que, poco a poco, va calando entre los asistentes a la fiesta del consumismo desmedido.
Esto, además, se combina con otro ingrediente. Las mujeres. Mujeres solas, parejas de mujeres, mujeres racializadas, como se dice ahora y se insiste en la utilización del término. Modelos femeninos, ya sea en maniquíes o en fotografías. Todas vistiendo los últimos conjuntos, recién diseñados para la nueva temporada. Y ni un solo hombre, en términos generales.
Un bombardeo constante hacia la mujer. Un nirvana consumista, en el que la mujer, muchas veces sexualizada, ocupa el centro de la diana y del que, por mucho que lo intentes, no puedes escapar. Porque está por todas partes. En las tiendas de ropa, en las redes sociales, en las letras de las canciones, en los videoclips. Una cosificación del ser humano, su consideración como un objeto de consumo, sin precedentes.
¿Y por qué el reggaetón? Algunos lo sospechábamos. Pero, ahora, ya es un hecho. El reggaetón, a diferencia de otros estilos musicales, como la música clásica o el folk, activa las partes más primitivas de nuestro cerebro. Así lo explica el neurocirujano Jesús Martín-Fernández, del Hospital Universitario Nuestra Señora de la Candelaria, en Santa Cruz de Tenerife. En sus palabras: «activa los ganglios basales, que son grupos de neuronas que están en zonas profundas del cerebro y que se encargan de modular la postura y de empezar y terminar un movimiento, además de estar involucrados en el sistema de recompensa o placer». Y esto, sin letra, pues en su estudio, para evitar que el lenguaje pudiera causar actividad cerebral empleando otras vías distintas de las musicales, utilizó sólo melodías, bases en el caso del reggaetón.
Este estilo musical, por tanto, es la clave. Si despierta los instintos más básicos, el placer, y lo combinamos con imágenes de mujeres sexualizadas, el cóctel está listo para ser servido. La mujer se despersonaliza. Ya no se ve en ella a un ser humano, capaz de sentir, de decidir, sino a un objeto, un producto consumible, un medio para un fin: la satisfacción de nuestros instintos, sexuales en este caso.
Ante esta realidad, sin embargo, no se dice nada. Al revés, en la red, en las televisiones, en las películas, en los colegios, se actúa como si nada, como si todo esto fuera normal. El nuevo «feminismo», más próximo a la plutocracia que el viejo liberalismo, se centra en banalidades, eso sí, muy estrambóticas, para ocupar las portadas, desviar atención y tratar de encubrir la triste realidad, que ya hace tiempo que renunció a sus principios y que vendió su alma por un puñado de monedas de plata.
Es de sobra conocido que resulta más fácil pelear por derechos que ya se tienen a comenzar una lucha de proporciones colosales para conquistar otros. Sobre todo, cuando, al hacerlo, se corre el riesgo de perder las prebendas y los bonos concedidos, en la sombra, por los propios opresores, que aquí no son otros que los plutócratas, disfrazados de revolucionarios, de libertarios o de faralaes.
Acudamos, pues, todos juntos, con los AirPods en los oídos, el nuevo hit de Daddy Yankee en los ganglios basales, a contemplar las nuevas colecciones de moda que visten las imágenes y los maniquíes femeninos sexualizados en los centros comerciales. Y luego, Instagram en mano, habiendo asumido que la mujer no es un ser humano, sino un objeto consumible, adentrémonos en el ocio nocturno y hagamos lo que el sistema