Madrid. Viernes 13 de octubre de 2023. Dos amigos, compañeros de universidad, quedan después de mucho tiempo sin verse a la salida del Metro de Bilbao. Uno de ellos, aunque nació en la capital, hace ya tanto tiempo que se fue, que decide dejar el coche en un aparcamiento privado después de conducir desde la Sierra, como si fuera Paco Martínez Soria. La otra, más habitual de la Villa y Corte, se maneja mejor y le ha citado en el Café Comercial, un bar de dos plantas en plena glorieta, abierto desde 1887, y que aún luce espectacular tanto por fuera como por dentro.
Él llega unos minutos tarde, acostumbrado al día a día de la isla del Mediterráneo donde trabaja y reside desde hace 13 años y para colmo se equivoca de salida de Metro. Finalmente tras un relajado paseo llega en apenas cinco minutos hasta el lugar señalado y allí, entre la multitud espera ella. Se miran, sonríen, se dan un abrazo enorme y se dan cuenta que su amistad sigue intacta como el primer día.
Con la sonrisa de oreja a oreja se sientan en una mesa junto a una decoración que parece de película, se piden dos cañas y hacen tiempo hasta la hora de quedar con otras dos amigas. Ella con más memoria que él le recuerda la historia del lugar, le cuenta los últimos meses de su vida y lo mucho que le gusta de Madrid, y él asiente mientras le dice lo feliz que es en Ibiza aunque le duela ver en lo que se está convirtiendo, y después, con la segunda caña, llega el turno de hablar de hijos, de lo rápido que crecen, de las preocupaciones de según qué edad, de su acceso a las redes sociales y de que ya nada es lo que era.
No da tiempo a mucho más. Pagan y cuando salen al exterior se vuelven a dar de bruces con la vorágine de gente que un viernes a última hora de la tarde va y viene por Madrid envuelta en sus rutinas y en un individualismo cada vez mayor. Mientras la noche va cayendo ponen rumbo hacia Malasaña para cenar en un emblemático restaurante del barrio y según avanzan él comprueba que aquel barrio peligroso y sórdido de su juventud, es ahora un lugar para todo tipo de público con bares y restaurantes que para sí quisiera en su querida isla. Finalmente tras un par de fotos para las redes sociales debajo de un cartel que indica que estamos en un ‘Madrí excepcional’, llega la tercera amiga en cuestión.
Han pasado casi dos décadas desde que se vieron por última vez pero ella sigue igual y su sonrisa seguiría iluminándola entre cualquier multitud. Se miran, se saludan, dos besos y tras unos segundos de lógico desconcierto entran dentro donde, tras un pequeño escollo con el número de comensales de la reserva, acaban ocupando una mesa alta a la que en apenas unos minutos se suma la cuarta invitada con un torbellino de energía, buenas vibraciones y sentido del humor.
Rápidamente entre raciones, cervezas y una botella de vino, surgen los recuerdos, las preguntas, las respuestas y las ganas de brindar por todo mientras van apareciendo los nombres de los profesores y compañeros que tuvieron en la universidad donde se conocieron. Llegan cotilleos, chascarrillos, tiempo para hablar de los buenos y malos momentos que han vivido en estos últimos años, de como les trata la vida, de sus trabajos, de sus hijos, de sus esperanzas, frustraciones y hasta de sus planes de presente y futuro y para decirle a la camarera que ellos estuvieron allí cuando lo abrieron hace ya 25 años y ellos eran unos estudiantes que soñaban con comerse el mundo y posiblemente ella casi no era ni proyecto.
Son apenas dos horas en las que miran fotos reveladas en carretes y se hacen otras nuevas ahora en teléfonos móviles, se regalan cosas que se guardaran para siempre en el corazón, se hacen decenas de bromas y en las que, sobre todo, recuerdan que seguirán siendo amigos para siempre. Pagan, miran la hora y a pesar de ciertas responsabilidades de la edad y del cargo de ser madres deciden tomarse la última por la zona. Pasean y ríen descubriendo que inconscientemente sus vidas les han llevado a acomodarse y finalmente entran en un garito de música rock indefinida donde huele a humedad, hace calor y olvidaron que hemos pasado una pandemia. Él es el único que aprovecha una promoción para tomarse una birra, tal vez por los viejos tiempos que se empeña en no dejar atrás, pero en apenas unos minutos el grupo decide salir rumbo a sus casas.
En la calle llueve como hacía tiempo que no se recordaba en Madrid, dando la sensación de que hasta la lluvia ha decidido sumarse al reencuentro. Intentando ponerse a resguardo llegan hasta el aparcamiento donde una ha dejado el coche y aún hay tiempo para las últimas bromas cuando uno de los encargados descarga toda su tensión acumulada lanzando a varios metros los últimos restos de varios menús de una cadena de hamburgueserías cercana. Se miran cómplices, sigue el cachondeo y recuerdan que aunque sea 2023 la vida sigue igual en muchos aspectos. Finalmente, se montan en el coche, acercan al chico hasta su aparcamiento y dentro él se despide en apenas unos segundos con tres pares de besos torpes en los que casi se rompe sus gafas mientras escucha... tenemos que mirar de poner una fecha para volver a vernos en noviembre.
Son casi las cuatro de la madrugada, la temperatura ha bajado, mira hacia atrás, ve el coche alejarse por las céntricas calles de Madrid y mientras asimila los 28 euros que tiene que pagar para rescatar su vehículo, sonríe para sí, mira al cielo y da gracias por lo que acaba de vivir y por comprobar que a pesar de haber pasado un cuarto de siglo… siguen estando de puta madre. Y por comprobar que si la amistad es de buena calidad no hay quien pueda con ella. Y por ello, cuando arranca se sorprende gritando al aire bien alto un… ¡Gracias!