Adolescentes sin móvil. | Pixabay

Una apreciada amiga me comentaba hace varios días la iniciativa de algunos progenitores que, a través de grupos tecnológicos de difusión social, se unían con objetivo de retrasar el uso del móvil en adolescentes. Es verdad, que en los últimos tiempos ha crecido, entre madres y padres, el debate y la preocupación sobre cuando entregar el primer teléfono inteligente.

Aunque las posturas no están del todo definidas, los expertos recomiendan que los menores accedan a la propiedad de su smartphone entre los 14 y los 16 años, no antes. La media de edad, según datos de Unicef, sitúa que los menores tienen su propio móvil a los 11 años, 3 años por debajo de la edad recomendada por los profesionales.

Este hecho provoca una situación común en muchas familias, dado que a partir de los 8 o 10 años se ha de aguantar la petición permanente, por parte de hijos, del teléfono móvil. Algunas familias claudican rápidamente ante la insistente demanda y otras aguantan estoicamente hasta donde pueden. Intuyo que esta es una de las razones por la cual estos progenitores se unen.

Por otra parte, esta intención de retrasar la edad de uso encajaría como medida para prevenir los riesgos de uso del móvil, pero por sí sola, me parece muy simple pensar que por el hecho de no dar un teléfono a un adolescente, este ya adquiere la capacidad de autogestionar su uso.

Antes de tomar la decisión de comprar un móvil, además de considerar edad, deberíamos hacer algunas reflexiones. A diferencia de los padres, los hijos son «nativos digitales». Es decir, han nacido ya en un mundo plenamente tecnológico, desde muy pequeños han tenido contacto con el móvil de sus padres y saben manejarlo incluso mejor que ellos. Por lo tanto, no es algo nuevo, lo llevan usando desde que nacen. No piden tener un móvil, solicitan tener su propio móvil, sentimiento de propiedad y privacidad. Reflexionar sobre cómo suelen gestionar sus propiedades. Identificar si se tienen claros y consensuados los acuerdos y tiempos de uso. Definir qué tipo de aplicaciones se pueden usar y cuáles no. Evaluar si somos un buen referente al que imitar. Y sobre todo, verificar si nuestro hijo tiene capacidad para autogestionar el acceso a la información que ofrece un teléfono inteligente. Por lo tanto, no sería una cuestión de edad, sino de madurez.

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