Soy usuario habitual de Uber y Cabify. Creo que prestan un servicio magnífico en ciudades de la península como Madrid, Barcelona o Valencia. En Palma, sólo trabaja Uber, pero es carísimo, como supongo que será en Ibiza cuando a partir del próximo día 29 de noviembre, comiencen a circular los 14 estupendos vehículos que ya irán aumentando, porque estoy seguro que trabajar, si les dejan y no los sabotean, trabajarán. En Mallorca, les han hecho las mil perrerías pero la temporada turística, en materia de movilidad, ha ido mucho mejor que el verano pasado, gracias a los 40 automóviles de Uber que empezaron a circular en junio. Se ha demostrado que hay trabajo para todos y que, cumpliendo la Ley, los vehículos de transporte con conductor (VTC), que, por cierto, ha habido toda la vida, representan una oferta más para la creciente demanda de movilidad. Como digo, yo opto por usar las plataformas de Uber y Cabify en mis desplazamientos en la península, pero no en Mallorca, donde los precios son prohibitivos, mucho más caros que los taxis. Pero me atrevo a vaticinar que los taxistas de Ibiza pondrán el grito en el cielo en cuanto aparezcan los primeros coches rotulados con la marca Uber. Ya no quiero ni pensar en los taxistas que se atrevan a dar un paso adelante y adherirse a la plataforma, para ceder un 12 por ciento de sus ingresos, que serán pocos porque no hay por qué regalar esa comisión, cuando la sartén por el mango la tienen los taxistas y los usuarios son sus rehenes, quieran o no quieran. Ojalá me equivoque, porque por más que se hable de taxis piratas, cuesta mucho encontrar un taxista que no lo sea. En Palma acaban de sancionar con 700 euros a un taxista que estafó a un cliente. Realizó un servicio con una tarifa superior a la que correspondía y le cobró un ojo de la cara por una carrera ridícula. Vamos, lo que hacen todos a diario.