El presidente del Gobierno en funciones y candidato a la reelección, Pedro Sánchez. | Europa Press

Se acata pero no se cumple. Así respondían los antiguos virreyes allende los mares a las órdenes que no les gustaban. Un gran número de caciques celtibéricos ha seguido la misma fórmula respecto a la Constitución. Da igual que carezcan de la cómoda distancia de un océano, tampoco ya desean acatarla.

Hoy celebramos la Constitución con un PSOE que se alía y pacta gobierno con los que pretenden romperla, criminales incluidos. Cosas del ultrasanchismo y el poder a toda costa, que sermonea sobre la pluralidad: todos somos iguales pero los hay más iguales que otros, mientras dicta su mentiroso rodillo a conveniencia.

La Constitución ha dado 45 años de paz y concordia gracias a la nobleza que se dio entre españoles para enterrar el hacha de guerra. Hoy está más de moda la tensión y la oratoria ha bajado tanto como el nivel educativo. La atacan los que no la acatan y pretenden modificarla, y el tahúr monclovita directamente quiere marcarla para seguir ganando manos tramposas.

En el Congreso manda mucho una peña que no llegaría jamás a un puesto importante en la esfera privada, jaula de grillos que pretende dictar una política de pactos delirantes que las urnas no refrendarían si los actores lo anunciasen previamente.

Responsabilidad, sentido de Estado, concordia y vocación de servir a todos los españoles es precisamente lo que falta entre la jauría política, única clase que tiene su bienestar asegurado gracias a la carta blanca que recibieron en la Transición. Pero no están a la altura.

Muchos derechos fundamentales ya ni se acatan ni se cumplen. Ni siquiera los antiguos virreyes soñaron tal cosa. Regresa el poder de los caciques camuflado de folclore regionalista.