Las luces de Navidad. | Pixabay

Estas Navidades, tras un año de intenso trabajo, me han permitido viajar a diferentes lugares y disfrutar del alumbrado navideño. Muchas ciudades compiten absurdamente entre ellas por ver quién pone más luces y más llamativas, al igual que el árbol de Navidad más alto. En Valencia, por ejemplo, apenas se engalanan las calles del centro de la ciudad y no se destinan recursos a los barrios ni a la periferia, lo cual en otras urbes como Palma, sería motivo de gran indignación vecinal que incluso podría hacer tambalearse al equipo de gobierno responsable de tamaña afrenta. Les aseguro que no exagero.

Hay quien piensa que el alumbrado de Navidad es un «despilfarro de luz», y califica de «juerga» que haya personas paseando por las avenidas y paseos. A que haya bares y terrazas en plena actividad, lo consideran antros en los que corre el alcohol y huele a fritanga. Consideran que las luces navideñas están para favorecer el consumismo, a la vez que lamentan que el comercio de proximidad esté en vías de extinción. Olvidan que la gente es libre de comprar donde quiera, en las tiendas o por internet; del mismo modo que cualquiera puede abrir un negocio y atender sólo presencialmente, o vender online. Pero explicar esto es por demás, porque muchos son los que no creen en la libertad de las personas, pues son más partidarios de la libertad del ganado ovino, que va donde quiere el pastor, azuzando al perro que las intimida. En Sant Antoni, como en toda Ibiza, hay mucha gente que trabaja muy duro para ganarse un salario dignamente. Casi todo el mundo lo hace en verano, que es cuando se ingresa más dinero porque hay más público. Y muchos aprovechan el invierno para descansar, algo a lo que también se tiene derecho después de currar como bestias durante el verano. La gente que quiere salir, sale. Y la que quiere descansar en su casa, descansa. Y el Ajuntament pone miles de leds para que el pueblo esté más bonito. Sencillamente.