El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. | Europa Press - M. Dylan

Es duro ver al Gobierno de tu país sufrir de esta manera. Haciendo malabares y sudando sangre para lograr tener todos los platos en el aire, todo el tiempo, sin descanso. Y lo mejor es oír a Pedro Sánchez, a sus ministros y a casi todos los dirigentes socialistas, quitarle importancia al esfuerzo titánico que han hecho y que hacen a diario, para seguir en el poder tan indignamente. Disfrazando de diálogo y consenso lo que es una cesión a la extorsión del independentismo, sin más rédito que seguir en La Moncloa algo de tiempo más, hasta que se apruebe la amnistía. Al día siguiente, si no ceden a la convocatoria del referéndum de autodeterminación como exigen ERC y Junts, el Ejecutivo sanchista caerá. Colorín colorado. Por eso no hay líneas rojas para el PSOE, dispuesto a saltárselas cuantas veces haga falta, pero haciendo ver que respeta los límites que ellos mismos dicen tener. Una impostura que ya nadie se traga. Si el PSOE hubiese ido a las elecciones explicando lo que pensaba hacer, no hubiese logrado ni 50 escaños. Y desde luego, Milena Herrera no sería diputada, ni Juanjo Ferrer, senador.

El proyecto de ley de amnistía es flagrantemente inconstitucional. Los socialistas tenían razón cuando decían que no cabía en nuestro ordenamiento jurídico, porque es aberrante que, en un Estado de Derecho, el Poder Legislativo se arrogue determinar lo que es delito y lo que no, invadiendo las competencias del Poder Judicial. Negociando la impunidad con aquellos que serán amnistiados, a cambio del poder. Pura corrupción. Blindando la amnistía para no dejar resquicio a los jueces, que es tanto como reconocer que es una iniciativa radicalmente ilegal. Pero lo peor de todo es ver al PSOE asumir íntegramente el discurso del independentismo, incluyendo sus ataques a los jueces. Rodeados de delincuentes y defendiendo a investigados por terrorismo. Repulsivo.