Llorenç Córdoba en una imagen de archivo. | Archivo

Llegados a este punto de indignidad política y también personal, nadie podía esperar del presidente del Consell de Formentera, que no tiene el apoyo de nadie en el pleno excepto el de sí mismo, tuviese la decencia de terminar con este sainete sin precedentes, presentase su renuncia y se fuese a su casa a solucionar allí sus problemas económicos, sin pretender solventarlos desde la política o, mejor dicho, gracias a ella. Todas sus decisiones desde el mes de noviembre del año pasado se basan en un cálculo de beneficio personal, si lo que se le ofrece es beneficioso para su bolsillo o no lo es. Los «ciertos problemas» que lleva «arrastrando toda la puta legislatura» le impiden ejercer el cargo para el que fue elegido, pero para el que ya no cuenta con la confianza de nadie. Tampoco de la ciudadanía, por más que se crea el rey del mambo. A no ser que le animen a seguir enrocado, contra viento y marea, pase lo que pase y oigamos lo que oigamos de sus propios labios, porque alguien que tiene tales necesidades monetarias, que ya conoce todo el mundo, es fácil de convencer. Su precio es de general conocimiento.

Un lugar peculiar

Formentera es una isla muy especial. Allí no hay más autoridad que la del Consell Insular. El Estado no está allí presente, si se exceptúa un pobre cuartel de Guardia Civil, mermado de efectivos, que con muchas dificultades hacen lo que pueden, como siempre ha hecho la Benemérita. No hay juzgados, no hay fiscalía, todo el mundo se conoce y alguien desconocido, sobre todo fuera de la temporada turística, llama clamorosamente la atención y es motivo de sospecha. Nadie denuncia nada porque no hay a quién denunciarlo y de poco iba a servir, excepto para quedar señalado de por vida. Así son las cosas en la menor de las Pitiusas.

Ahora, cuando se ha llegado al punto de que un político que encabezaba la candidatura que ganó las elecciones, fue elegido presidente del Consell de Formentera, tomó posesión de su acta de diputado autonómico y entre unas cosas y otras, gana entre 90.000 y 100.000 euros anuales, comienza a actuar por libre, consciente de que nadie le puede arrebatar sus puestos si él no quiere, –y está claro que no quiere y que le importa poco las consecuencias de su proceder–, es expulsado de la formación con la que logró sus poltronas, no tiene el apoyo de nadie del gobierno insular que se empeña en seguir presidiendo, y no piensa hacer nada para superar la crisis que él mismo abrió al exigir un sobresueldo de 4.000 euros mensuales; cuando todos hemos oído sus exigencias salariales, que son puro chantaje y, además, están injustificadas, excepto porque «se está muriendo de hambre», se vuelve a presentar como la víctima de una operación secreta para arrebatarle el poder, dice que las grabaciones son una tergiversación, que la conversación está «dirigida» y que en todo caso, demuestran que «todo comenzó antes» del 27 de noviembre.

Le da igual

Todo lo da igual, excepto seguir en sus cargos cobrando el pastizal que tan indignamente se lleva, pese a la parálisis del Consell de Formentera y pese a que seguir gobernando en estas circunstancias, es inviable y una absoluta quimera. Además, no se aprecia manipulación alguna de sus palabras cuando habla de que «4.000 euros me vendrían fantástico y estaría bien», sugiere que «se puede mirar de hablar con el PP o con el Govern», confiesa que tiene «un problema económico muy grave y si no lo soluciono, no puedo trabajar de lo otro». No se ve que nadie dirija la conversación para que él diga algo que no desea decir, como cuando habla de que «el Govern tiene unos fondos reservados…», que no quiere «aprovecharme de nadie ni hacerme rico, pero estoy en la situación en la que estoy. No quiero pedir 10.000 euros ni que me compren un piso»; o cuando se considera merecedor del sobresueldo porque «si se le está pagando a un chivato o a un moro para que dé información a Interior, ¿no se le va a pagar a un diputado que está apoyando a la presidenta?».

Nada de esto está dirigido por otra cosa que no sea su desvergüenza, su indignidad y su cara más dura que el hormigón armado. Y pese a estar retratado, pillado con las manos en la masa, desnudo de argumentos creíbles, persevera en su estrategia de presentarse como la víctima de un complot urdido por José Manuel Alcaraz, que malignamente pretende echarle de la presidencia del Consell de Formentera para «hacer y deshacer lo que quieran», por sus intereses personales y económicos, y los de «sus amigos». Fiel a su estilo misterioso y opaco, tirando la piedra y escondiendo la mano.

Solución

Si lo que está aconteciendo en Formentera con Llorenç Córdoba, ocurriera en cualquier otro lugar, la Fiscalía Anticorrupción ya habría tomado cartas en el asunto, de oficio, y habría iniciado una investigación para esclarecer qué está pasando. Los indicios de irregularidades son abundantes y después de oír las palabras del presidente del Consell Insular, aún más. Pero no pasará nada, porque en Formentera nunca pasa nada. El miedo guarda la viña y esta guerra nadie sabe cómo terminará.

La otra solución posible, aunque difícil, es política. Está prevista en la legislación: una moción de censura. No es fácil encontrar un caso similar donde esta figura política esté más justificada para poner punto y final a una situación de absoluta calamidad. Si no se ponen de acuerdo Sa Unió, Gent per Formentera y PSOE ante una crisis como la que todo el mundo puede ver, al margen de la responsabilidad que cada cual tenga en su origen, que eso ya lo determinará la ciudadanía a la hora de votar, es urgente desalojar a Córdoba del cargo de presidente. No hay excusas.