Llorenç Córdoba. | Moisés Copa

Con la pandemia y la desastrosa gestión de la misma se puso de moda un concepto que, obviamente, ya existía con anterioridad pero que se valoraba poco: la resiliencia, esa capacidad de superar los problemas y empezar de cero las veces que haga falta y a sabiendas de que no será fácil. Llorenç Córdoba tiene pinta de ser un resiliente pro así que me temo que de nada servirá exigirle día a día que dimita porque, donde nosotros vemos un escándalo, él está convencido de que todo es normalidad. Y seguramente tenga su parte de razón, no lo niego.

Formentera es una isla donde la política ha sido convulsa e ilógica en demasiadas ocasiones. De Valladolid a Córdoba, imagino que hoy lo que está pasando en el Consell tampoco sorprende en exceso, más allá de los dimes y diretes habituales en territorios pequeños donde todos se conocen y en los que las debilidades de unos son las fortalezas de los otros. Como Puerto Hurraco pero rodeado de mar. Nuestro particular realismo mágico, si lo prefieren.

Yo, por mi parte, no pienso pedirle más que dimita. Sobre todo después de haber visto cómo Marga Prohens, con una frase aparentemente vacía de contenido por lo manida, ha dejado claro que no será el PP balear el que mueva un dedo en ese sentido. Así que si los partidos afectados por esta situación no hacen nada, no voy a ser yo la que pierda el tiempo en apuntar soluciones. Eso sí, si fuera José Alcaraz, no estaría precisamente tranquila.

Pretendía hablarles esta semana de ese portento empresarial que es la mujer de Sánchez, Begoña Gómez, criada entre los algodones de las feministas saunas gays que regenta su familia y hoy en el centro del escándalo por sus compadreos con el hijo pijo del de Globalia. Pero ya lo haré otro día.