Vino al mundo un 17 de marzo de 1950 en Madrid. Un día de San Patricio, y no la pusieron Patricia porque así se llamaba «la tonta» del pueblo de mi abuela, y finalmente lo hicieron con el nombre de Maria Julia. Y con ese nombre, junto a los apellidos González Mangada aparece en el registro civil, en el DNI y en todos los logros que ha ido consiguiendo en la vida. Porque si de algo puede presumir Julia es de ser un ejemplo para la mayoría de las personas que hemos tenido la inmensa fortuna de haber coincidido con ella en esta vida.

No se trata de peloteo ni de amor de hijo, que también, sino de poner en valor su trabajo junto al de otras muchas mujeres de su generación que fueron capaces de ir abriendo camino contra viento y marea. Porque su infancia no fue fácil en el seno de una familia humilde de Madrid, con una madre que les sacó adelante a ella y a cuatro hermanos tras haber perdido a marido, y porque en su juventud no estaba bien visto eso de que fuera una mujer trabajadora y moderna que vestía con pantalones de campana y blusas y jerséis a la moda de la época. Una mujer de izquierdas con lo que eso significaba en aquella época, convencida hasta los tuétanos de que otro mundo era posible, y que se atrevía junto a su pareja de toda la vida, el Rober, y sus amigos José María y Carmen, a traer discos prohibidos en España metidos en los forros de su pequeño vehículo desde Andorra. Y por supuesto, a criar a un enano que llegó en el año 1978 para cambiar sus vidas para siempre.

Fue entonces cuando Julia comenzó a multiplicar sus trabajos, compaginando sus puestos de gran responsabilidad en la Universidad Nacional de Educación a Distancia, con los de ama de casa cuando tocaba y de madre cuando mi padre tenía que echar horas y horas en su estudio de arquitectura. Y todo ello derrochando toneladas de paciencia, ternura y comprensión, aunque en alguna ocasión no pudiera más y tuviera que recurrir a zapatear algún juguete o a lanzar con sorprendente habilidad su zapatilla. Con ella desarrollé mi amor por la lectura, por los cómics, por la historia, por el cine, por los juegos de mesa o por los cantautores gracias a las tantas y tantas veces que cantábamos a voz en grito y sin demasiado ritmo canciones que salían de los cassettes que llevaba puesto en su Seat Fura a la salida del colegio. Y, sobre todo, comprendí lo importante que es sentirse querido, valorado, y apoyado cuando las cosas no van bien del todo.

Porque uno se va haciendo mayor y un día, sin darnos cuenta, todo nuestro mundo de confort ha cambiado, dándonos de bruces con la realidad y demostrándonos que no estamos preparados. Que fuera de casa y del abrazo de los tuyos hace frío y que las mantas están lejos. Pero afortunadamente, Julia y Rober, Rober y Julia, tanto monta monta tanto, estuvieron ahí para echarme decenas de manos, darme cientos de abrazos y consejos y aguantarme cuando las cosas iban mal dadas. Para decirme una y otra vez con una gran sonrisa aquello de no pasa nada, mañana todo irá mejor, o solo se equivoca el que lo intenta. O que a veces es necesario caerse y tropezar para aprender, que nuestro verdadero potencial está en nosotros mismos y que al final todo pasa por querernos y valorarnos al máximo. O para escribirme en tres servilletas de una cafetería de Madrid todo lo que yo valía para darme ánimos cuando iba cabizbajo camino de una entrevista de trabajo y que, por cierto, sigo guardando en mi cartera más de quince años después.

Ahora el Rober ya no está físicamente con nosotros aunque sigue muy vivo en nuestro corazón y echándonos una mano desde donde esté, pero Julia me da todos los días lecciones de entereza, positivismo y alegría con su famosa frase de Día a día. Me consigue transmitir ganas de vivir y me enseña que pre ocuparse es eso precisamente, ocuparse previamente, y que hay que vivir el presente porque el pasado ya pasó y el futuro ninguno de nosotros sabemos como será. Sigue fumando como una carretera, le tiemblan las manos más de lo deseado, se cansa cuando anda, está delgada y debería comer más, pero es una crack con mayúsculas. Una lala a la que su nieto Aitor quiere con locura y una madre y amiga maravillosa, una lectora incansable que tiene su propia sección en Más de Uno Ibiza y Formentera y una compañera de chascarrillos y conversaciones con la que se puede hacer broma de casi cualquier cosa. Una mujer increíble que por cierto hoy 17 de marzo cumple 74 añazos.

Muchas gracias jefa por transmitirme tanto y por ayudarme a ser solo un trocito de lo buena persona que tu eres. Felicidades y no cambies nunca.