Taxis en el aeropuerto de Ibiza, imagen de archivo.

La ciudadanía aprecia el periodismo de proximidad, aquel que cuenta las cosas que suceden en el ámbito más cercano al lector. Aquellos asuntos que a otros medios les resultan ajenos, pues se centran en cosas que se consideran más importantes, quizás porque afectan a más gente. Pero el periodismo local de proximidad, al acercarse tanto, corre el riesgo de resultar localista, casi banal. Al desvelar las interioridades, lo que acontece y las motivaciones de los participantes en la acción, a veces tan humanas y prosaicas, puede acabar convirtiéndose en vulgar y chabacano, como lo son la mayoría de disputas entre vecinos. Hacemos protagonistas en los periódicos a personajes que no dan para un mal chiste, elevados a portavoces de colectivos profesionales cuya vida y realidad transcurren muy alejadas de las superficialidades que se nos muestran.

Las riñas entre taxistas y conductores de Uber ni siquiera son nuevas. Ya cansan como agota el afán de notoriedad de sus protagonistas, traídos a las portadas nunca por algo positivo o bueno, sino por aquellas bajezas más despreciables del ser humano. Si seguimos así, cualquier día publicaremos que un vecino le tocó el claxon de su coche a otro con el que se lleva mal porque pone la música muy fuerte o porque usa el taladro a la hora de la siesta. Sucede, además, que hay colectivos especialmente conflictivos y proclives a los altercados, que, además, piensan que sus discusiones barriobajeras interesan a la gente. ¡Tanta importancia se conceden a sí mismos! A veces pienso que se creerán neurocirujanos o notarios, no sé. Es cierto que su trabajo es importante para mucha gente que necesita de sus servicios para satisfacer sus necesidades de movilidad, pero dudo mucho que les interese si los Uber están parados en la calle esperando que les llamen, o si están en un garaje, la verdad.