Un grupo de personas charlando. | Foto de ELEVATE

Admiro a las personas moderadas, que no se dejan llevar por sus emociones, que se muestran contenidas y poco dadas a la efusión. Aunque esta clase de gente pueda ser criticada por su frialdad emocional, a menudo no se trata de insensibilidad, sino todo lo contrario. Su capacidad de raciocinio se impone a su emotividad, por lo que miden bien sus palabras y calculan las consecuencias de sus actos, evitando comportarse irreflexivamente. Los seres que poseen un carácter así son, creo yo, una minoría, por lo que, si uno tiene la suerte de encontrar a alguien de esta naturaleza, hará bien en entablar amistad y aprender mucho de su conducta. Es un tesoro tener cerca a alguien moderado y contenido. Debo confesar que, a mi edad, he hecho grandes progresos en estas cualidades de las que carecía completamente en mi juventud. La edad todo lo cura. Pero sigo lejos de ser una persona contenida y moderada en la respuesta. Más bien diría que la proporción no ha sido nunca una de mis escasas virtudes, y más veces de las que sería deseable, he respondido a un pisotón con un cabezazo, dicho metafóricamente, claro está. Cuando uno es atacado violentamente por un enemigo declarado, que no oculta su ferviente deseo de hacerle desaparecer del mapa con una muerte lenta y dolorosa, es natural que el primer instinto, una vez neutralizado el ataque y esquivada la acometida sin apenas sufrir daño, sea devolver el golpe. Pero alguien contenido no se dejaría llevar por ese impulso tan humano como pernicioso. A fin de cuentas, ¿qué necesidad hay de devolver un golpe que, por lo que sea, uno finalmente no ha recibido? Pero alguna respuesta hay que dar, porque no hacer nada se interpretaría como un gesto de debilidad. En la proporción está la virtud, evitar tanto el exceso como el defecto. ¡Qué difícil es eso! En Benjamín Netanyahu cuesta verlo. Por eso hay que pedírselo.