El presidente del Gobierno y candidato a la reelección por el PSOE, Pedro Sánchez, antes de un debate electoral en RTVE. | Europa Press - Eduardo Parra

Sólo un impostor como Sánchez puede protagonizar un estrambote como el que vivimos desde el miércoles. Se nos presenta como la víctima de «un ataque indiscriminado», como el objetivo de un «ejercicio de odio», de la «insidia», de la «falsedad», de «mentiras groseras». Denuncia una «degradación de la vida pública» y reclama «respeto» y «dignidad». Y ahora, para impedir que la «libertad de expresión» se confunda con «libertad de difamación», que es «una perversión democrática de desastrosas consecuencias», se nos presenta con el ánimo imbatible para liderar «por la regeneración pendiente de nuestra democracia». No tardaremos en ver medidas que se anunciarán como un «freno a la política de la vergüenza que llevamos demasiado tiempo sufriendo», «demasiado tiempo dejando que el fango colonice impunemente la vida política, la vida pública, contaminados de prácticas tóxicas inimaginables». Lo dirá por la secta de fanáticos que lidera y por la campaña infecta contra líderes de otros partidos en las que él mismo ha participado. Si hay fango es porque el PSOE ha convertido el país en un estercolero, colonizando todos los resortes del Estado para ponerlos a su servicio, incluso con ilegalidades. Paripedro Sánchez ha montado todo esto para silenciar a la prensa y que no se investigue a Begoña. Dice: «Pongamos fin a este fango de la única manera posible: mediante el rechazo colectivo, sereno, democrático, más allá de las siglas y de las ideologías». Puede empezar hoy mismo. Pero igual que no renunciaría jamás al poder, aunque haya faroleado con ello, no renunciará al cieno que lleva inyectando en la política española con la división y el desprecio a la mitad de la población, la que no le vota. Pero estamos ante un tipo sin escrúpulos al que no le importa montar un paripé ignominioso para que no se investiguen los negocios de su mujer, que son los suyos.