Pedro Sánchez desveló el pasado lunes su decisión de seguir como presidente del Gobierno y puso fin a uno de los episodios más decepcionantes y desconcertantes protagonizados por un líder europeo en décadas. Amagó con marcharse para después quedarse, justificando su permanencia en la obligación que tiene de seguir defendiendo la democracia hasta el infinito y más allá. Una estrategia polarizante, un chantaje sentimental.

Un comportamiento que tiene enormes similitudes con las estrategias caribeñas que emplean los líderes populistas venezolanos para seguir resistiéndose en el poder. En su performance, el presidente del Gobierno prometió regeneración democrática y muchos nos pusimos a temblar. Del mismo modo que se pondría a temblar cualquier demócrata en Venezuela si Maduro anunciase un plan para mejorar el régimen de derechos y libertades en el país. Igual. No cabe duda de que estas manidas tretas empleadas por el presidente del Gobierno buscan generar una situación de tensión e incertidumbre en la política para más tarde apelar a los sentimientos y las emociones de la gente. La declaración de continuidad anunciada por Pedro Sánchez no va de aumentar la transparencia, los controles sobre el poder, ni de proteger los derechos y las libertades de todos, sino de amenazar la libertad de discrepar e incrementar los controles sobre el Poder Judicial. Y la regeneración democrática que necesita este país no pasa precisamente por eliminar todos los contrapesos que incomodan al presidente, imprescindibles en una democracia madura.

No consiste en fiscalizar a la opinión pública o inyectar presión sobre el poder judicial para tenerlo todo bien atado y a la vez imponer un relato distinto sobre la realidad que vivimos con el fin de alargar su supervivencia en el ámbito del poder.A partir de ahora, cualquier intervención judicial en contra de sus intereses o los de su entorno familiar, cualquier crítica razonable publicada en medios de comunicación libres e independientes, o cualquier discrepancia pronunciada en el marco del derecho a la libertad de expresión, prensa u opinión le bastará para acusar a la oposición de poner en marcha la fábrica del fango. Todo muy bolivariano. Si lo que pretende es una regeneración democrática sincera, Pedro Sánchez la tiene a su alcance. Sin necesidad de protagonizar melodramas, ni de implicar a su familia y mucho menos utilizar al Rey para mayor gloria suya. Buenos días, Majestad, vengo para decirle que me quedo. Pues vale. Si el presidente quisiera una regeneración democrática de la buena, debería empezar por promover el cese inmediato del fiscal general del Estado.

Una persona que no cuenta con el apoyo del CGPJ, que tiene a la mayoría de compañeros en su contra y sobre quien pesa una reciente condena por desviación de poder en el ejercicio de sus funciones. Si Ortiz ha violado el imperio de la ley, ya no sirve para defenderla. Está entregado y su presunción de independencia ha saltado por los aires. Si el presidente quiere una regeneración democrática de verdad, debería promover la sustitución de aquellos magistrados del Tribunal Constitucional a los que ha nombrado y pertenecieron a su Gobierno. Por una cuestión de apariencia, de independencia y salud democrática. Si el presidente del Gobierno quiere una regeneración democrática creíble, debería empezar por descolonizar gran parte de los organismos e instituciones públicas pertenecientes al Estado.

La lealtad personal, la afiliación política y la coincidencia de ideología no deben operar como requisitos exclusivos para el acceso a responsabilidades de tan alta relevancia institucional, determinantes en las decisiones de Estado. El Centro de Investigaciones Sociológicas, el Consejo de Estado y la propia Agencia EFE constituyen claros ejemplos de cómo poner al servicio del interés propio una estructura institucional creada para preservar el interésgeneral. Y es que la historia nos ha enseñado que las crisis de las democracias comienzan por el deterioro de sus instituciones y que se vuelven frágiles cuando quienes tienen el deber de protegerlas abusan de ellas sin remedio y sin descanso. Y la historia nos ha enseñado que silenciar a las democracias y retroceder en las garantías individuales y colectivas que nos hemos dado nos convierte en una sociedad menos empoderada y menos libre. Estamos a tiempo de evitarlo. Mañana será tarde.