Todos hemos experimentado alguna vez ese extraño nudo en el estómago que se crea al abrir la puerta, entrar en casa y escuchar con voz nada agradable aquello de «tenemos que hablar». Uno siempre se pone en lo peor, pues suele venir acompañado de un final previsiblemente amargo, similar al que se produce con el típico y amenazante «tu verás» que uno recibe como respuesta a la brillante sugerencia de salir a tomar algo con los amigos cuando la idea no es tan bien recibida por tu interlocutor. Pero dicha elocución, por sí sola, no tiene que venir necesariamente aparejada a algo negativo o sin vuelta atrás, sino que puede llegar a suponer la oportunidad de poner en común distintas percepciones y opiniones sobre cuestiones de lo más variado, que deriven en una solución consensuada que, a su vez, permita reparar el quebranto sufrido en cualquier tipo de situación. Veamos.
Nuestra sociedad, por su especial idiosincrasia, genes, ancestros o vaya usted a saber, no se caracteriza por el predominio de una cultura del diálogo para resolver sus diferencias. Tampoco de la transigencia, transacción o cesión. Se busca ganar. Que digo ganar, se busca machacar. No firmamos el empate antes del partido así nos maten, pues eso solo es predicable de los cobardes. Todo lo que no sea ganar por goleada no es ganar. Cuantas veces hemos escuchado eso de «te dejaré ver a los niños cuando lo diga un juez» o «te pagaré cuando me obligue un juez». Error, grave error. Litigar, es decir, someter la resolución de un concreto conflicto a un tercero imparcial para que sea éste quien imponga una decisión a las partes de obligado cumplimiento, es una forma ya en sí misma de empezar a perder. A los altos costes y largos plazos se le debe sumar el calvario psicológico que recaerá sobre quien decide adentrarse en el tortuoso camino de un proceso judicial, por no hablar de que debe huirse de la creencia idealizada y generalizada de que el juez es un ser superior y divino tocado por la varita mágica de la verdad absoluta que siempre adopta la solución más justa, una especie de Istar enviado a la Tierra Media que con su bastón sagrado hará justicia. Si piensan así, se equivocan de cabo a rabo. El juez es un ser mortal que también se equivoca y mucho, faltaría más, y su trabajo no consiste en hacer justicia, ni de lejos, aunque alguna vez pueda ocurrir siquiera por casualidad, sino en adoptar una solución al conflicto a través de la aplicación de la ley, pero a partir de los hechos y elementos de prueba de que dispone por así facilitárselos exclusivamente las partes, que pueden no ser todos los del mundo mundial. En el proceso, por lo general, el trabajo del juez suele consistir en determinar quién puede tener algo más de razón dentro de las versiones interesadas mantenidas por cada posición, adoptando en todo caso una decisión que nunca gustará a una de las partes y que, en ocasiones, incluso a ninguna de las dos.
Afortunadamente, el sistema ofrece un amplio abanico de posibilidades igualmente válidas para la resolución de nuestros conflictos diarios de toda índole. Eso sí, pasan por sentarse, mirarse a los ojos, hablar y, sobre todo, ceder en las respectivas posiciones, incluso en un ambiente más distendido que la siempre fría sala de vistas, con sus togas, sus banderas y su cuadro del Rey. La mediación es una de ellas, donde un tercero, experto ampliamente formado en estas lides, intentará poner a las partes de acuerdo buscando soluciones que satisfagan a ambas, incluso del todo imaginativas, más allá de la férrea correa a la que quedan sometidas las decisiones judiciales. Así, con su ayuda, saber y entender, los adversarios podrán alcanzar por sí mismos, que no de forma impuesta por un tercero ajeno a sus vidas e intereses, una solución a su disputa, lo que facilitará en buena medida su ulterior cumplimiento. Los plazos en la obtención de esta solución satisfactoria serán bastante reducidos, tanto como las propias partes quieran. Lo mismo ocurrirá con sus costes, infinitamente menores que aquellos que un proceso traerá consigo. Y, de paso, podremos dedicar nuestro cuerpo y alma a otros quehaceres más satisfactorios que los de pleitear gastando tiempo, dinero y salud.
Deben saber que se dispone en la actualidad, en la nueva sede judicial de Sa Graduada, de un servicio de mediación prestado por expertos mediadores, sobradamente preparados, para el uso y disfrute de todos los ciudadanos, tanto para aquellos que ya están incursos en un proceso judicial y quieren ponerle fin a través de un acuerdo, como para los que, sin estar litigando, pretendan evitarlo sentándose a hablar con su contrincante sobre cómo poder resolver sus disputas sin necesidad de tener razón, saber exponerla y que te la den, lo que es bastante complicado, se lo aseguro. No pasa nada si no alcanzan el acuerdo. La vía judicial seguirá ahí esperándoles para dilucidar la contienda. No perderán nunca esa posibilidad, faltaría más. Pero no estaría de más, se lo recomiendo, que agotaran todas las posibilidades antes de meterse en la cueva del lobo, de donde uno sabe cómo entra, pero no como y cuando va a salir. Vengan, aprovéchenlo, denle uso. Ayúdense y ayúdenos, de paso, a descongestionar la justicia. Pero no olviden venir con una mentalidad de solución, no de discusión. No piensen que van a triturar a su oponente. No va de eso la cosa. Cambien el chip, olvídense de demandas, de testigos y de estar en la creencia de tener la razón absoluta y universal sobre todas las cosas. Relájense y hablen de forma sosegada para encontrar una solución. Sírvanse de la experiencia de un profesional en mediación. Vengan el próximo jueves 30 de mayo a las 19.30 horas al Casino des Moll a informarse de forma plena sobre cómo resolver sus conflictos con terceros a través de la mediación. Ya saben, como en la vida misma, «tenemos que hablar».