Tenemos que movilizarnos los más posibles porque los cántabros y los canarios nos han puesto el listón muy alto». Así de contundente se mostró hace unos días en Onda Cero Indra Roig, una de las convocantes de la manifestación de este viernes frente al Consell d’Eivissa para protestar contra la masificación que sufre la isla. Y lo cierto es que no le falta ni un ápice de razón y más si tenemos en cuenta que en la tierra del gran caudillo Corocotta y del gran Manolo Preciado, una de las cosas que más les preocupa es acabar siendo la Ibiza del norte.
Una demostración más de que en la marca Ibiza ya no es oro todo lo que reluce por más que muchos se empeñen en lo contrario. Es cierto que sigue teniendo mucho tirón sobre todo en el sector del ocio pero cada vez son más los que están de acuerdo en que la imagen de nuestra querida isla cada vez es peor. Y es que a nadie se le escapa que desde hace más tiempo del deseado Ibiza es noticia por temas que no tienen nada que ver con todas las bondades de las que se hablaba hace apenas unos años… Las informaciones sobre la calidad de nuestras aguas, sobre la imagen de paraíso terrenal o de lugar al que todo el mundo quería venir para acabar pasando sus días en un retiro dorado, han dado paso a noticias que hablan sobre asentamientos cada vez mayores donde se hacinan trabajadores de toda clase y condición porque no se pueden pagar ni siquiera una habitación digna o de viviendas ocupadas en las que sus arrendadores solo pueden ponerse en manos de empresas especializadas. Y eso sin olvidarnos de carreteras y playas repletas de turistas y en las que no cabe un alfiler o de la falta de profesionales de todo tipo que han pasado de considerar la isla como un destino soñado a un destino de castigo.
De un tiempo a esta parte, y casi sin darnos cuenta, hemos pasado de tener reporteros cada verano para informar de lo idílico que era vivir aquí todo el año a otros que lo único que cuentan es que todo es cuanto menos un infierno. Hemos cambiado la gente guapa, la chic o la hippy bohemia que eran la envidia de todo el mundo, por todos aquellos que desgraciadamente acaban viviendo en caravanas, furgonetas, tiendas de campañas o construcciones realizadas con palés deprisa y corriendo. Hemos pasado de presumir de todo y en todo el mundo a que casi todos se pregunten que estamos haciendo mal en Ibiza para haber llegado a esta situación insostenible.
Una situación que se veía venir desde hace tiempo. No hacía falta ser adivino ni tener una bola de cristal para constatar que antes de la pandemia del coronavirus ya íbamos de mal en peor, pero que después, todo esto se hizo del todo insostenible. Muchos, entre los que me incluyo, pensábamos que el maldito virus nos iba a dejar la enseñanza de que otra isla y otro turismo era posible, pero bastaron apenas unos meses para demostrarnos que éramos unos ingenuos y que al ser humano le mueve fundamentalmente la avaricia. Que cuando se trata de ganar dinero no conocemos a nadie y que pensar en el futuro que le podemos dejar a nuestros hijos es algo totalmente superfluo si se trata de llenarnos el bolsillo. Y, por supuesto, que hay tantos intereses en juego que nadie se atrevía a meterse con la gallina de los huevos de oro por más que ésta estuviese cada vez más escuálida y agotada.
Ahora, cuando nuestra querida Ibiza está más delgada que los niños de África, parece que nos hemos dado cuenta de que es necesario tomar medidas. Ahora son todo prisas y todo el mundo quiere remar en la misma dirección, sobre todo entre las administraciones que luchan intensamente contra todo lo ilegal que campa a sus anchas por la isla. Sin embargo, la pregunta es si estamos a tiempo ya que hemos dejado engordar tanto al ogro que ahora parece imposible poder luchar contra él. Hay tantos intereses en juego que hemos dejado que el monstruo se alimentase mientras mirábamos para otro lado y ahora no sabemos o no podemos combatirlo y da la sensación de que todo lo que se haga serán parches si no se tiene la valentía suficiente para mirarle a los ojos y ser lo suficientemente contundentes para plantarle cara al ogro. Que de una vez por todas, importen más los ciudadanos que los intereses comerciales, que importen más la seguridad, la sanidad, la educación, el bienestar, el derecho a una vivienda digna o la tranquilidad, al dinero que en teoría pueden dejar todos los que vienen a esquilmar la isla sin importarles como ni en qué condiciones.
Esas empresas y compañías, la mayor parte de ellas con sede fuera de la isla de Ibiza, que ahora también aseguran que están preocupadas por la situación, no sea que se queden sin su parte de un pastel que cada vez está más podrido. Esas mismas que ahora van de gurús del medio ambiente, de salvadores de la Ebusus púnica y romana y de garantes de los derechos de los trabajadores mientras siguen teniendo unos precios que están lejos del alcance de cualquier residente de clase media de la isla. Porque una cosa es ir de ibicencos y de llenarte la boca asegurando que lo más importante es esa Ibiza que aprovechas para poner en cualquier cartel, y otra ser tan ingenuos como para no seguir ganando el dinero suficiente antes de cerrar en octubre y dedicarte a vivir la vida hasta regresar en mayo con una sonrisa Profident.
El caso es que no se si aún estamos a tiempo de cambiar las cosas o nuestra querida isla va acabar reventando de una vez por todas. Pero de una cosa estoy seguro… Es ahora o nunca. Cambiar la isla está en nuestras manos, en las suyas, en las mías, en las de todos… pero para eso tenemos que atrevernos y ser valientes y luchar con todas nuestras fuerzas para que otra Ibiza sea posible… y que nuestros queridos amigos cántabros se quieran parecer a nosotros.