El caso de las tabacaleras norteamericanas ha llamado la atención de medio mundo. Y no es para menos. Después de años de lucha, de millones de dólares invertidos en abogados y de miles de muertos, los defensores de esta causa han visto recompensado su esfuerzo con la primera sentencia favorable a sus intereses y la promesa de millonarias indemnizaciones.

Pero no deja de ser una sentencia polémica que considera a los fabricantes de tabaco como responsables directos de la muerte y de las graves enfermedades que han sufrido miles de personas en Estados Unidos.

Sin duda lo más fácil es deducir que si no hubiera fábricas de tabaco, lógicamente no habría que lamentar muertes a causa de un cáncer de pulmón causado por los cigarros. Pero esa es a todas luces una conclusión infantil y de pocos recursos. Lo que está claro es que aquel que jamás ha encendido un cigarrillo probablemente se vea libre de contraer un cáncer de pulmón a causa del tabaco. A menos que se lo proporcione su condición de «fumador pasivo».

Pero, claro, es mucho más fácil echar el muerto a otro, que es poderoso y resulta lejano, que a uno mismo. Porque las grandes empresas tabacaleras pueden tener su parte de responsabilidad, pues sin ellas el problema no existiría, pero ésta es mínima. El único responsable de los problemas derivados del tabaco es el que lo compra y se lo fuma, más cuando lo hace en grandes cantidades y durante décadas.

Sólo habrá que buscar, cuando el fumador es menor de edad, responsabilidad en otros factores, como la familia, la escuela, el barrio o el entorno. Lo demás son pamplinas. Y, además, de qué pueden servir los millones de dólares de indemnización cuando están ya condenados a una muerte próxima y atroz.