Como en la mítica serie de televisión una nueva alcaldesa escapa volando en una escoba que nunca fue de oro. Las calles de Ibiza continúan mostrando la antítesis de una casi ciudad opulenta que aloja restaurantes, tiendas, yates y hoteles caros hasta enrojecer con cucarachas, contenedores pestilentes y calles sucias.

Durante la campaña electoral, una Marienna vestida de rojo cantaba a lo Raffaela Carrá que lograría que Vila se convirtiese en uno de los rincones más limpios de España y, como no lo logró, usó un cepillo como medio de transporte y huyó al rincón de los tránsfugas donde poder echar la culpa a otros, peinando nuevos destinos.

Pilar Marí era más Samantha, movía la nariz de forma continua para poner en marcha sus poderes, pero unos mensajes de WhatsApp, que ahora ya no solo rompe relaciones sino también equipos de gobierno, la llevaron a elevarse por los aires y a abandonar su sueño de convertir a la capital de la isla blanca en un lugar mágico. Tal vez Lina Sansano no entendió que sus movimientos de pituitaria no eran una muestra de altivez hacia sus compañeros, sino lo que han las brujas buenas para frenar los desastres.

Tres alcaldesas, Lourdes, Marienna y Pilar, con una varita que podría haber cambiado el curso de un pueblo y cuya herencia es una sensación de frustración y de desaliento por parte de los ciudadanos que entonan la cantinela de "son todos iguales, solo están ahí para chupar del bote, ayudar a sus amigos y no hacer nada". Lo que los políticos no acaban de entender es que los ciudadanos, nosotros, los que votamos y los que pagamos, ponderamos la gestión al color, y que con nuestros sufragios, en la gran mayoría de los casos, solo pretendemos que sea buenos administradores de nuestros duros, ni más mi menos.

Luego, si les gusta ir a misa los domingos, si son republicanos o amantes de los toros, o si creen en la reencarnación y en el catalán como nuevo sánscrito, nos la refanfinfla.

Aviso a la nueva, o al nuevo, poseedor del bastón de mando de Ibiza: no nos importa si se va de pinchos con el resto de su gobierno o si asume que en el trabajo no se hacen amigos: queremos calles limpias, sin ratones que, como en la Avenida 8 de Agosto, tarden tres meses en desintegrarse por pura desidia ante la inexistencia de un servicio de recogida manual en aceras como Dios manda (algo que he visto con mis propios ojos, palabrita del niño Jesús). Les exigimos que, ya que somos uno de los destinos con impuestos más altos de España, nuestro IBI está a la altura de la milla de oro de Madrid, tengamos un transporte público y unas paradas y estación de verdad a un precio normal e incluso asumible. Les instamos a que la policía nos proteja más de los robos, abusos, pseudomúsica y ruidos insoportables y menos de los coches aparcados diez minutos fuera de zona, porque su función es velar por nuestra seguridad y paz más que por las multas que engorden las arcas del Ayuntamiento.

Les recordamos que las palabras se las lleva el viento, y que no deben prometernos nada que no puedan cumplir.

La escoba de oro que nos prometieron que decoraría nuestro precioso Consistorio a principios de legislatura se fue volando embrujada. El culebrón tiene acento de Vila y dramas internos, y el público ya está cansado de capítulos interminables de una serie abocada al peor share de su historia que merece terminar con la dignidad de un final feliz.

Sin embargo y tristemente todos sabemos que este Continuará....