San Marcos pone de relieve que Jesús es el Mesías anunciado por los profetas y el Hijo Único del Padre por naturaleza. El segundo Evangelio queda resumido en este: Jesucristo, Dios y Hombre verdadero.

La palabra «evangelio» expresa la buena nueva que Dios comunica a los hombres por medio de su Hijo. El mismo Jesucristo con sus palabras y con sus obras es el Evangelio. Los Apóstoles escogidos por el Señor para ser fundamento de su Iglesia, cumplieron el mandato de presentar a judíos y gentiles, por medio de su predicación oral, el testimonio de lo que habían visto y oído. Los evangelistas, movidos por Espíritu Santo, pusieron por escrito, parte de la predicación oral. De este modo, por la Sagrada Escritura y la Tradición apostólica, la voz de Cristo se perpetúa todos los siglos y se hace oír en todas las generaciones y en todos los pueblos. La Iglesia continuadora de la misión apostólica tiene la tarea de dar a conocer el Evangelio; es lo que hace por medio de la Catequesis. El evangelista San Marcos destaca a Isaías por ser el profeta más importante en el anuncio de los tiempos mesiánicos. También cita a San Juan Bautista, el cual se presenta ante el pueblo invitando a los israelitas a prepararse con la penitencia para la venida del Mesías. El Precursor del Señor señala la continuidad entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. El A.T: la promesa, y el N.T. el cumplimiento de la promesa.

Es muy aleccionador la profunda humildad del Bautista que predicaba: «Después de mi viene el que es más poderoso que yo, ante quien yo no soy digno de inclinarme para desatar la correa de su calzado. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará en el Espíritu Santo. Bautizar en el Espíritu Santo se refiere al Bautismo que Cristo va a instituir. En el bautismo de Juan sólo se significaba la gracia. En el Bautismo cristiano, instituido por Jesucristo, se confiere la gracia. El sacramento del Bautismo nos otorga la primera gracia santificante, por la que se perdona el pecado original, y también los actuales, si los hay; perdona toda la pena por ellos merecida; imprime el carácter de cristianos; nos hace hijos de Dios, miembros de la Iglesia, y herederos de la gloria, y nos habilita para recibir los demás sacramentos. Demos muchas gracias a Dios y a nuestros padres por haber sido bautizados.