Confieso que siempre he sentido especial debilidad por los paseos marítimos de las ciudades y pueblos costeros que por fortuna he podido visitar. La Concha, en San Sebastián, el Sardinero, en Santander, o el des Anglais, en Niza, son sólo algunos de los que mejor recuerdo guardo, pero otros muchos me han cautivado por las generosas vistas que permiten contemplar, la arquitectura de su primera línea o la limpieza y los detalles ornamentales que engalanan la estructura del paseo como tal.

El paseo marítimo de la ciudad de Eivissa no forma parte de esta lista, muy a mi pesar. Y no porque la visión de la catedral de Dalt Vila no ilumine su bella estampa desde el popular barrio de ses Figueretes. La escenografía no falla, lo que desentona es la absoluta dejadez en su embellecimiento. Los vecinos piden a gritos la remodelación de un paseo marítimo que debería convertirse en uno de los emblemas de la ciudad, como los son el puerto, La Marina o Dalt Vila, y no en un rincón oscuro y destartalado del barrio ‘chungo’ de la ciudad.

El pavimento de la rambla es una suerte de puzzle desencajado, embadurnado por chicles del pleistoceno y una negruzca capa de mugre que los operarios de limpieza son incapaces de arrancar. El paseo marítimo de la playa de ses Figueretes –la única con la que cuenta Vila– no da para cansarse. Apenas se extiende un kilómetro porque hacia el Este se apaga (como su tétrico alumbrado) en la ronda Antoni Costa y porque al Oeste se topa con un puñado de edificaciones a pie de roca. Falta un plan urgente de urbanismo.

El Passeig de ses Figueretes merece mayores cuidados y atención por parte de nuestras autoridades. Merece la pena revitalizar el que es sin duda un punto neurálgico de ocio y restauración para la ciudad en verano, y una vía de escape y relax para los residentes fuera de temporada.