Se abre el telón. Aparece una persona con los ojos cansados, el ceño fruncido y la mirada perdida. Se escucha un ruido ensordecedor. La música a todo gas se funde con una máquina de esas que remueven baldosas y con un taladro infernal. La protagonista se tapa los oídos pero no puede enmudecer lo que tanto le incomoda.

Se cierra el telón y la función continúa en su oficina.

Sí señores, las obras deberían vivir siempre en los teatros y no en los locales, casas o establecimientos de al lado. La temporada se nota y se siente y los trabajos de adecuación y apertura de nuevos negocios ya están presentes.

Cuando yo era pequeña recuerdo que en mi bloque los vecinos avisaban de las reformas que pensaban llevar a cabo en sus casas, lo comentaban en las juntas que siempre terminaban con vino y aceitunas, e incluso si alguien estaba de turnos, intentaban que no afectaran a su sueño. No les voy a mentir, la vecina del segundo B hacía lo contrario solo para molestar, pero qué culpa tenía ella si la mala leche le venía de serie. Ya sé que hablo de otros tiempos. Aquellos en los que la gente se saludaba alegremente en el portal, te esperaban si te veían venir de lejos con la puerta abierta y te regalaban sonrisas y preguntas amables cada mañana, cada tarde y cada noche. Si te olvidabas las llaves y tus padres no estaban en casa, sabías que podías elegir entre esperar en el 1 A, en casa de "la Cris", donde hacían las mejores rosquillas del mundo, en el 3, con "la Alicia" o "la Isabel", o en el 1C, donde vivían las catequistas Filo y Presen con un buen vaso de leche y galletas tostadas siempre a punto para repartir.

Ahora cada mes vemos caras nuevas, nadie responde al "buenos días" de turno y todos los fines de semana los vecinos de al lado me despiertan con música de dudoso gusto al nivel de los tacones y otras lindeces de la de arriba. No obstante, eso sí, tengo al portero más majo de la historia de Ibiza, Toni, siempre educado, solícito y dispuesto a recoger por mí los paquetes de 40 kilos de conservas y vino que cada dos meses me envían mis padres desde Aranda para que no pase hambre.

Como les decía, añoro no obstante la concordia que el 5 de enero, en el cumpleaños de Juanito de Can Alfredo, mostró con sus compañeros de Vara Rey repartiendo champagne y pastel entre todos los negocios de la manzana. Supongo que dentro de unos años, cuando mi empresa tenga su solera, haré lo mismo con los maravillosos propietarios del Coralo y de Digital Ground, las caras más amables de mi barrio.

Las obras... las obras. Estos días ando estresada por su ruido y actividad cercana, pero más que por el hecho en sí, ya que entiendo que generan trabajo y que son precisas, porque la educación, la concordia y la empatía no se cimenten entre quienes las impulsan y brille por su ausencia. Al final las cosas bien hechas salen mejor y duran mucho más tiempo. Pero qué voy a saber yo si tengo cierta tendencia a sobreactuar y a gesticular demasiado cuando las interpreto.

#vivaelteatro