San Juan Pablo II, tal día como hoy, Pascua de Resurrección, después de felicitar al mundo en diferentes lenguas, decía en latín: "surrexit Dominus vere". El Señor ha resucitado realmente. Nuestra Madre, la Iglesia nos introduce en estos día en la alegría pascual a través de los textos de la liturgia: lecturas, salmos, antífonas…Los Evangelistas nos han dejado constancia, en cada una de las apariciones, de cómo los Apóstoles se alegraron viendo al Señor.

Su alegría surge de haber visto a Cristo, de saber que vive, de haber estado con Él, de haber comido con Él. La alegría profunda tiene su origen en Cristo, en el amor que Dios nos tiene, y en nuestra correspondencia a ese amor. Se cumple- ahora también- aquella promesa del Señor. " y yo os daré una alegría que nadie os podrá quitar"’¡ Jesús ha resucitado!. No está en el sepulcro. El sepulcro está vacío. La vida pudo más que la muerte. La Resurrección gloriosa del Señor es la clave para interpretar toda su vida, y el fundamento de nuestra fe. Sin esta victoria sobre la muerte, dice San Pablo, toda predicación sería inútil y nuestra fe vacía de contenido. La liturgia de este tiempo pascual nos repite frecuentemente estas palabras: ¡ Alegraos!. Debemos fomentar siempre la alegría y el optimismo, y rechazar la tristeza que es estéril y deja el alma a merced de muchas tentaciones. Estar alegres es una forma de dar gracias a Dios por los innumerables dones que nos hace.

Con nuestra alegría hacemos mucho bien a nuestro alrededor, pues esa alegría lleva a los demás a Dios.

Dar alegría será con frecuencia la mejor muestra de caridad para quienes están a nuestro lado.

La alegría es una enorme ayuda en el Apostolado, porque nos lleva a presentar el mensaje de Cristo de una forma amable y positiva, como hicieron los Apóstoles después de la Resurrección del Señor.