Cáritas Diocesana de Eivissa asestó ayer un bofetón en la cara de aquellos que celebran desde el vértice de la pirámide social la recuperación económica. Por difícil que nos resulte de creer, dada la opulencia y el lujo pomposo que derrocha la isla en verano, la brecha entre ricos y pobres sigue su dramática escalada. La organización oficial pitiusa de la Iglesia católica para la acción caritativa y social puso ayer el dedo sobre la llaga de una sociedad que «está yendo a la inversa», según denunciaron.

El último informe elaborado por la delegación insular de Cáritas alerta del aumento de personas en riesgo de exclusión social. Cada vez son más los ciudadanos sin recursos que acuden a sus comedores o en busca de una oferta laboral que a muchos ni siquiera les da para un alquiler. Los responsables de la organización diocesana en Eivissa aciertan al denunciar que es preciso un «cambio en el modelo económico» y en la redistribución de la riqueza, pues en su memoria de 2014 han constatado que «no le llega a las clases media y baja de la sociedad».

Cáritas advierte de que muchas familias «han agotado sus ayudas» por lo que mucha gente «no sale del pozo» desde hace «cinco o seis años». Ni siquiera familias locales con recursos pueden resistir varios años sustentando a miembros en paro de larga duración. Por eso claman a los gobernantes «mirar más por las personas» y no por unos datos macroeconómicos que apenas repercuten en las capas bajas de la ciudadanía. «Ayudar a los pobres no es ser buenos o hacer un regalo, es un derecho universal», avisaron ayer desde Cáritas, una institución que lejos de rendir pleitesía a los poderosos ha dado un paso al frente para denunciar las enormes erosiones que sufre nuestro Estado de Bienestar.