Conocer, tratar, compartir la existencia humana con Jesucristo no deja indiferente. O uno se siente movido a imitarle, a caminar como Él y con Él, y en consecuencia alcanza la santidad, y eso es el mayor éxito o triunfo que podemos tener en la tierra, prólogo de un éxito sin fin que le prolonga y dura para siempre en el Paraíso. O, por el contrario, uno pasa o se deja influir por otras corrientes o ideas y la vida en esta tierra no es lo que Dios, creador de cada persona, tiene previsto y deseado.

Vivir como Jesús, acoger sus enseñanzas, ponerlas en práctica y transmitirlas a los demás es una mayor posibilidad de alegría. Y quien asume eso lo comprueba y no hay entonces nada ni nadie que te separe de ello, aunque ello suponga incomprensión, crítica, desprecio y hasta persecución y martirio.

En estos días el calendario nos presenta algunas figuras de santos que vivieron muy cerca de Jesús, y como tales, organizaron su vida de esa manera. Hoy son santos, son modelos para nosotros, son una enseñanza de la que nada ni nadie nos deberían separar.

El miércoles pasado fue la fiesta de Santa María Magdalena. Ayer fue la fiesta de San Jaime, Apóstol, llamado por Jesús a ser compañero y discípulo de Jesús, patrono de España y entre nosotros celebrado especialmente en Formentera. Hoy, día 26, es la fiesta de San Joaquín y Santa Ana, que son los nombres que se dan a los abuelos maternos de Jesús de Nazaret. El día 29 es la fiesta de Santa Marta, esa mujer de Betania, cerca de Jerusalén, que con sus hermanos María y Lázaro eran una familia amiga y cercana de Jesús y, conociéndole y tratándole, estimándole y pasando tiempo con Él fueron también discípulos y evangelizadores.

«Jesús se apareció en primer lugar a María la de Magdala, de la que había expulsado siete demonios» (Me 16, 9). La pecadora perdonada se había adherido llena de amor a los pasos de Jesús. Formaba parte del grupo de mujeres que acompañaban a Jesús y los Doce en su caminar a través de los pueblos y aldeas anunciando la Buena Nueva (Lc. 8, 3). Y fue la primera testigo de su resurrección y a ella le confió la misión de anunciar la alegría pascual.

San Jaime o Santiago fue llamado por Jesús a dejar su barca y sus redes: no se lo pensó mucho ni dudó. Se fue con Jesús, vivió con Él, y después de evangelizar en España según la tradición fue mártir en Jerusalén.

San Joaquín y Santa Ana, El padre y la madre de la Virgen María constituyen el eslabón que une el antiguo Israel con el nuevo: Recibieron la bendición del Señor» y por ellos nos llega «la salvación prometida a todos los pueblos». Dieron el ser a aquélla de la que había de nacer el Hijo único de Dios. De ahí que San Juan Damasceno les pueda saludar en estos términos: «Joaquín y Ana, ¡feliz pareja!, la creación entera os es deudora; por vosotros ofreció ella al Creador el don más excelente entre todos los dones: una madre venerable, la única digna de Aquél que la creó».

Santa Marta aparece tres veces en el Evangelio: en el banquete de Betania en que, junto con su hermana María, recibe a Jesús en su casa; cuando la resurrección de su hermano Lázaro, en que hace profesión de su fe en Jesús ‘el Hijo de Dios’, y en la comida ofrecida a Jesús seis días antes de la Pascua (Jn. 12, 2). En los dos banquetes, Marta se ocupa del servicio, en tanto que María unge los pies del Señor con perfume precioso o se sienta a sus pies para escucharle. Supuso un honor para Marta el recibir a Jesús a su mesa y servirle. Pero cada uno de nosotros puede, a su vez, ejercitar la misma hospitalidad: cuando servimos a nuestros hermanos, lo hacemos. Bonito ejemplo, pues, de a dónde lleva el trato con Jesús y la fe en sus palabras.

En estos días, pues, vemos lo que el trato con Jesús hace de las personas. Podían haberse quedado siendo la de Magdalena una mujer de vida desordenada, otro un trabajador correcto y nada más, otros como unos familiares sin especiales condiciones, y la otra como una habitante corriente más de Betania.

Sin embargo, con Jesús y por Jesús son santos. Nos enseñan el camino, la opción que vale la pena optar. Ahora nos corresponde a cada uno, con la libertad que tenemos, saber por qué optamos: si ser de Jesús o si ser de otra fuente. Se ve en nuestra vida, dónde vamos y lo que hacemos si estamos con Jesús o estamos con otros. Y la verdad, vale la pena estar con Jesús.