Intentaron endulzar el impuesto al inicio de legislatura, prometieron consenso con el sector turístico, pero, al final, el llamado impuesto turístico, el que no tenía que ser igual que el creado por el primer Pacte de Progrés, será una ecotasa como una casa. Se cobrará en los hoteles, igual que la ecotasa. Y los residentes la pagarán, igual que la ecotasa. Quedarán al margen los pisos turísticos, los puertos y los aeropuertos, lo mismo que aquella ecotasa tan desastrosa que se aplicó durante un año en Balears y que los hoteleros no querían ni oír hablar. De consenso, nada de nada. El consenso era imprescindible con el sector educativo cuando se impuso el TIL, pero no es necesario ahora, a la hora de imponer un impuesto turístico para no se sabe muy bien qué hacer con el dinero. Esperemos que, a diferencia de lo que ocurrió hace ya más de una década, el dinero no se invierta en edificios en ruinas que siguen en ruinas o en terrenos que no tienen ningún valor y que se pagaron a precio de oro. Esperemos (y eso es lo más importante) que la futura ecotasa que pondrá en marcha el nuevo Govern a partir de la temporada 2016 no suponga una caída de reservas, aunque me temo lo peor. El dinero que va a ingresarse no compensará la caída de turistas. Ojalá me equivoque, pero los empresarios suelen decir que las cosas que funcionan, mejor no tocarlas, que los experimentos con gaseosa y me temo que este Govern no sabe dónde se mete con un impuesto que ya fue un rotundo fracaso en su primera edición. Ojalá no haya que lamentarse, pero en esta edición informamos de que los hoteleros ibicencos han decidido paralizar las inversiones para el próximo invierno. La incertidumbre genera congelación de inversiones. Es la primera consecuencia de una ecotasa que aún no se aplica. A temblar.