Jesús se llenó de compasión al ver al pueblo, porque sus pastores, en lugar de guiarlo y cuidarlo, lo descarriaban, comportándose más como lobos que como verdaderos pastores de su propio rebaño. La consideración de las necesidades espirituales del mundo también nos debe conmover a todos los cristianos y suplicar a Jesús, el Buen Pastor, que nos envíe muchos y santos sacerdotes que se dediquen a una labor apostólica de manera infatigable y generosa. El Señor, dice el Evangelio, instruye a los apóstoles y, con paciencia, les explica aquellos puntos que no habían entendido en la predicación al pueblo. En concreto, por segunda vez, les anuncia el acontecimiento próximo de su muerte redentora en la cruz, seguida de su resurrección.

Cuando llegaron a Cafarnaún, estando ya en casa, Jesús preguntó a sus discípulos: «¿ De qué discutíais en el camino?». En el camino habían discutido entre sí, sobre quién sería el mayor. Entonces Jesús les dio una magnifica lección de humildad y caridad. «Si alguno quiere ser primero, hágase el último de todos y servidor de todos». El mismo Jesucristo nos dice: «No he venido a ser servido, sino a servir y a dar la vida por todos». El Señor para enseñar a sus apóstoles que deben practicar la abnegación y la humildad en el ejercicio de su ministerio,- y nos lo enseña igualmente a nosotros-, toma a un niño, lo abraza y les dice: «El que reciba e n mi nombre a uno de estos niños, a mí me recibe; y quien me recibe, no me recibe a mí sino al que me envió». Este gesto nos da a entender que acoger en nombre y por amor de Cristo, a los que, como ese niño, no son relevantes a los ojos del mundo es lo mismo que acoger al mismo Cristo y al Padre que lo ha enviado. En ese niño que Jesús abraza están representados todos los niños del mundo, y también todos los hombres necesitados, desvalidos, pobres, enfermos -pensemos en tantos hombres, mujeres y niños, que llegan a Europa huyendo del hambre y de la guerra, y pasan por tantos sufrimientos y calamidades-.

Recordemos las palabras de Jesús ( Mc, 9,41): «Cualquiera que os dé de beber un vaso de agua en mi nombre, en verdad os digo que no perderá su recompensa».

Los gobiernos de las naciones, no pueden hacerlo todo, realizan lo que es posible, pero los cristianos y todas las personas de buena voluntad sí podemos mitigar y paliar la gran tragedia de los desplazados, colaborando, por amor a Dios, según nuestras posiblidades, con Cáritas, Manos Unidas, Cruz Roja y otros que se preocupan y ayudan a los hermanos necesitados. Que no falte nuestra colaboración y ayuda económica a los que más lo necesitan.