Laparábola del hijo pródigo es una de las más bellas de Jesús en la que nos enseña una vez más que Dios es un Padre bueno y comprensivo. La misericordia de Dios es tan grande que escapa a la comprensión del hombre. Este es el caso del hijo mayor, que considera excesivo el amor del padre hacia el hijo menor. Dios nos espera a todos, como el padre de la parábola con los brazos abiertos, aunque no lo merezcamos. No importa nuestra deuda sólo hace falta que abramos el corazón, que tengamos añoranza del hogar de nuestro Padre, que nos alegremos porque Dios nos ama y nos perdona. Ante un Dios que corre hacia nosotros, no podemos callarnos, y le decimos con San Pablo: Padre, ¡ Padre mío!. Dios quiere que le llamemos Padre, que podamos saborear esa palabra, llenándonos el alma de gozo.

Me levantaré e iré a mi padre ( Lc, 15, 18-19) y le diré: padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo. Cuando aún estaba lejos, lo vió su padre y se compadeció; y corriendo a su encuentro, se le echó al cuello, y lo cubrió de besos.

Así es el Corazón de Dios. Un corazón contrito y humillado el Señor no lo despreciará nunca. El Apostol Felipe dijo a Jesús: Maestro, enséñanos al Padre y esto no basta. Felipe, le dijo al Señor, quien me ve a mí, ve a mi Padre: Conocemos como es el corazón de Cristo, a través de las páginas del Evangelio. Es suficiente leer pausadamente el capítulo 15 del Evangelio de San Lucas. Recordemos cuando presentan a Jesús una mujer sorprendida en adulterio para que la juzgue. El Señor dice: el que esté sin pecado que le eche la primera piedra. Los que la acusaban marcharon de allí. Jesús, entonces, dijo a la mujer: ¿ Nadie te ha condenado? Nadie, Señor, contestó ella. Yo tampoco te condeno. Vete y desde ahora , no peques más. En la ciudad de Naím, Jesús se encuentra con una madre que lloraba desconsolada por la muerte de su hijo que llevaban a enterrar. Una gran multitud del pueblo la acompañaba. Jesús consuela a aquella madre: No llores, y a estas palabras aquel que es Dios y hombre verdadero añade las obras y resucita a su hijo y lo entrega a su madre.

Yo soy la resurrección y la vida, dice el Señor. El que cree en Mí, aunque haya muerto vivirá. Todo buen cristiano puede decir, lleno de esperanza, Creo, Señor, pero aumenta mi fe.