Cuando escriba la próxima columna ya se habrán celebrado las elecciones y estaremos en un nuevo escenario. Con lo previsibles que son los resultados y también los posibles pactos, sólo deseo una cosa: que quienes han levantado un caudal de ilusión en tanta gente no defrauden y estén a la altura.

A la altura de no entregar al PSOE un cheque en blanco y una rebaja sustancial del programa. A la altura de decir ‘no’ a la Troika y sus nuevos recortes y políticas de privatización. Sí, ya sabemos que para pactar hay que ceder y que si no somos suficientes para gobernar algo habrá que hacer. Pero si asumimos el papel claudicante de Syriza en Grecia por unas migajas de pan, mientras se rebana el pan entero y el chorizo que lo acompaña para servir la mesa de los señores, lo que se estará tirando por el wc será algo más que recursos económicos y servicios públicos, será la esperanza y la energía de un pueblo, necesarias para luchar por nuestros recortados y maltrechos derechos, por nuestro presente y nuestro futuro. Vale más ser canal de la lucha popular que gobernante secuestrado y acabar desarrollando el síndrome de Estocolmo.

Pero también la ciudadanía tiene que plantearse si quiere delegar su futuro en gobernantes del signo que sea o si está dispuesta a luchar por sus derechos, gobierne quien gobierne. Vale, se supone que elegimos y que sorteamos la maldita ley d'Hont gracias a la convergencia, pero necesitamos algo más que votos para enfrentar las amenazas que tenemos por delante, necesitamos voluntad y organización para movilizarse y crear alternativas.