Hay palabras que solo con pronunciarlas ya huelen a problemas, y el uso pronunciado de las mismas, acaba pifiando todo lo que las rodea. Y si no me creen pregunten se lo al protagonista del Watergate, cuyo asuntillo acabó por costarle el puesto. Menos mal, cínicamente hablando, que en nuestra islita no ocurre esto, y a pesar delas pifias e inoperancia de algunos de sus mandatarios, aquí no se va nadie a su casa, salvo sea para tomarse el vermú de media tarde. Y es que para según que cosas, los ibicencos tenemos pocas tablas y sentido común, para solucionar asuntos de extrema gravedad, como lo son el velar por la protección de nuestros bienes naturales, y en este caso me estoy refiriendo a los recursos hídricos, cuya tristísima solución principalmente consiste en echar más sal al agua, al más puro estilo de los hermanos Marx con su famosa frase de «más madera» – en este caso: más agua salada a la red pública de abastecimiento-. Contento como unas castañuelas se hubiera puesto mister Kevin Kostner de saber que no hay mejor isla que la nuestra – y por supuesto y como no, Formentera- para montar un wáter world. Los ingredientes ya existen: mar por todas partes, lanchas y jet skis a toda leche sin freno, gentío en disco-barcos cutre y cutres en barcos de lujo que campan a sus anchas entre posidonias y como no, golfos a mansalva persiguiendo Lolas y Lolitas con frenesí, o mejor dicho sin freno ni marcha atrás. ¡Si! Queridos lectores. En este Water caben todo tipo de cosas, objetos y bichos. Hasta las culebras. De todo, menos las cabras. Esas sí que joden al medio ambiente y hubieran podido llegar a producir la destrucción del planeta. ¿Para qué bombas atómicas, si ya tenemos las cabras d’Es Vedrà? ¡Ni misiles, ni leches! Cabras con cabeza nuclear. Pues de eso y al hilo va lo de Waterworld por si no lo sabían o no han visto el filme. De la destrucción por la extracción de los recursos naturales del planeta, y de algún que otro petardazo nuclear, por parte de ese bicho malo que es la especie humana, cuya convivencia en paz suele ser dificultosa. Menos mal que como en la peli de Kevin Costner, siempre hay esperanza y queda una isla en medio del mar que salinamente cubre cualquier parte habitable de tierra, aunque, eso sí, todo Cristo se pelea por subirse a ella con la intención de apoderarse de los escasos recursos naturales de que dispone. Ya ven que cualquier similitud con nuestra isla es pura casualidad. O no. No sé si perciben el olor que deja el salitre en el aire del agua impura saliendo de sus grifos, y ni tan siquiera si lo hacen con el aroma de las depuradoras al límite de su capacidad; pero resulta evidente que el uso indiscriminado de los recursos naturales de nuestras islas está resultando lo más parecido al de otra isla a la que ya hace siglos los propios humanos, y al más puro estilo de los hermanos marx, como ya nombrara antes, extrajeron sus recursos naturales hasta el punto de provocar la propia extinción del ser humano que la poblaba, y que concretamente se llamaba Isla de Pascua, mas propiamente denominada así, no por haber sido descubierta en Pascua, sino me puedo imaginar, que por haberle hecho la misma pascua a la probre isla. Imagino que a estas alturas de la película ya se habrán dado cuenta de que o tomamos cartas en el asunto entre todos y nos concienciamos de que estamos todos unidos, nos guste o no, en este asunto de la protección de nuestros recursos, o acabaremos por desarrollar como hace el mismo protagonista de la película, aletas y agallas detrás de las mismísimas orejas, porque agua, agua, sí habrá. Ahora, salobre, y mucho. Así que les pido por favor, que nos pongamos todos de acuerdo, aunque sea por una vez en la vida. Háganme caso y no hagamos la Pascua. O si no, me veré obligado a lanzarles una cabra d’Es Vedrà con cabeza nuclear que les va a dejar secos. Eso sí: mucho menos de lo que ya estamos.