Cuando un antiguo banderillero de Juan Belmonte fue nombrado gobernador civil de Málaga tras la guerra civil, otro de la cuadrilla le preguntó al maestro cómo era posible pasar de banderillero a gobernador civil. La respuesta del torero sevillano fue concisa: «¡Degenerando!». Pasa lo mismo con una institución de tanto raigambre hispano como la tertulia: la presencia de muchos contertulios sólo puede explicarse mediante un proceso de degeneración que casi invariablemente convierte en jaulas de grillos y manuales de mala educación lo que deberían ser coloquios amigables y respetuosos. Sucede además que hoy no hay tertulia que se precie que no tenga su tonto de guardia y eso es, más que una opinión, un hecho contrastable. Su paradigma es un político del PSOE llamado Antonio Miguel Carmona, capaz de defender una cosa y su contraria según sea en aquel momento la línea de su partido; otro tonto de guardia inevitable es un periodista muy campanudo llamado Carmelo E. que va de equidistante mientras ondea sin pudor y a cada paso un plumero de inconfundible color rojizo.

Vale la pena seguir algunas tertulias para constatar el proceso de degeneración antes mencionado. El otro día, un periodista muy presumido, de melena rubia y atuendo chocante, siempre «dressed to kill» (que no significa «vestido para matar»), afirmó que «como es sabido, ‘vale’ en latín significa ‘hola’». Nadie le corrigió porque como, por lo visto, no es sabido, significa «(que tengas) salud» o, según el diccionario de la Real Academia, «consérvate sano».

La cantidad de tonterías que se escuchan en las radios o televisiones es impresionante y demuestran cómo el nivel de estupidez de nuestra población aumenta cada día sin cesar, con honrosas excepciones que suelen personificar quienes superaron un bachiller con latín y dos reválidas. Siendo, como es, malo, peor es el nivel de baja educación que revelan los «tertulianos»; las interrupciones al compañero o compañera están a la orden del día y las faltas de educación revelan un nivel de zafiedad que permite que la cosa degenere en un guirigay insoportable del que es imposible sacar algo en claro.

No cabe duda de que ciertos contertulios deberían cobrar más por lo que callan que por lo que hablan.