Veinticuatro años después sigo sin entender cómo soy capaz de recordar tantos momentos vividos delante de aquel enorme televisor de tubo catódico el verano de 1992, pocos meses después de que los barcelonistas celebráramos la primera Copa de Europa en Wembley. Los Juegos Olímpicos de Barcelona me marcaron de por vida y son la única explicación que encuentran en mi familia para explicar que hoy sea un auténtico freak de los deportes. Y todo empezó el sábado 25 de julio con la ceremonia de inauguración, donde la puesta en escena de La Fura dels Baus supuso un antes y un después en esta clase de eventos. Si no la recuerdan –algo que se me antoja difícil– o no la vieron, acudan rápidamente a Youtube. Pero los siguientes quince días de competición no se quedaron atrás y fueron apoteósicos. Los deportistas españoles, gracias a la inyección de dinero público y a las ayudas de patrocinadores privados, lograron 22 medallas, entre ellas 13 de oro. Un hito nunca visto en España y que será muy difícil de repetir. Porque los españolitos nacidos en este siglo se han malacostumbrado a que nuestras selecciones y deportistas ganen cada dos por tres, pero los que llevamos más tiempo en este mundo hemos visto jugar a España con cinco centrales (’gracias’ a Clemente) y sufrimos el ‘angolazo’, la derrota más humillante del baloncesto español con los pupilos de Díaz Miguel como protagonistas durante los JJOO de Barcelona. Los Fermín Cacho, Miriam Blasco, Martín López–Zubero, Almudena Muñoz, Luis Doreste y Daniel Plaza pusieron la semilla aquel verano del 92 que hoy hace que cada cuatro año vibremos con las hazañas de nuestros deportistas olímpicos.