Hay quienes consideran que los astronautas nunca pisaron la Luna y que todo se grabó en un estudio de televisión. También quienes dan por hecho que el sida se creó en un laboratorio, bien para controlar la población en África o en clave de cruzada «contra el mal». Naturalmente hay quienes opinan que la CIA o el FBI acabaron con Kennedy; que fueron las agencias gubernamentales las que provocaron los atentados del 11-S y la destrucción de las torres; que el 11-M de España se organizó con la connivencia de la policía afín al PSOE y delincuentes comunes en contacto con ETA; que Jesucristo, si existió, nunca murió y que todo es un ardid cuyo secreto mantienen los iluminati, auténticos gobernantes de la Iglesia. Las teorías conspiracionistas (hay muchas más, y tienen un gran predicamento en época de redes sociales) mezclan una posible parte de realidad con mucha imaginación y son todo un género en sí mismo. A mí me gustan especialmente las que llenaban Expediente X, donde siempre ‘el fumador’ era el malo. La existencia de poderes ocultos que mueven el día a día y han condicionado la Historia desde el principio (suponiendo que exista un principio, que igual no) es, por lo que sea muy fácil de asumir. La política se presta mucho a las teorías conspirativas o conspiranoicas. Sólo a una conspiración del PSOE y del PP cabría atribuir el nacimiento de Podemos, creados para provocar la falsa ilusión de cambio y que siguieran gobernando los de siempre. A quienes nos gusta la ciencia ficción y la ficción en general, todas esas teorías nos ayudan mucho. Lo que parece claro es que por un lado están las teorías conspiracionistas y, por otro, la evidencia de que existen. La evidencia de la conspiración permanente se llama PSOE. Con la que está cayendo y pareciera que allá el principal objetivo es acabar con el secretario general. Será que me he vuelto conspiranoico.