La semana pasada hubo manifestaciones contra las reválidas «franquistas», un adjetivo que nunca falla cuando se trata de demonizar algo. Creo que los organizadores se quedaron cortos y deberían haber exigido la supresión de los exámenes, del Código de la circulación, de los cuñados y, ya puestos, de la ominosa ley de la gravedad que nos oprime. El tema tiene fácil solución: se presenta una proposición de ley con el artículo único siguiente: «Todo español, por el mero hecho de serlo, tendrá derecho a un título universitario de su elección de entre los siguientes: Licenciado en Solidaridad ilimitada, en Benevolencia universal, en Aritmética inexacta, en Actividades lúdicas, en Ciencias relacionales, en Tomatología aplicada y en Reivindicaciones múltiples. Los títulos se expedirán mediando el pago de una tasa de un euro y tendrán validez en todo el territorio nacional, exceptuando las comunidades históricas, que expedirán los propios». Con dos errejones.

Sin duda lo anterior elevará la autoestima de la población postfranquista e inducirá a la introducción de mejoras más ambiciosas como las que se enumeran a continuación: subvención de 1.500 euros al mes a todo ciudadano de las comunidades ahistóricas y de 2.500 a los de las históricas; pago compensatorio de 300.000 euros a los homosexuales y homosexualas por el sufrimiento padecido bajo el régimen franquista; reparto gratuito de manuales de Historia deseable de España en los que se suprimirán: la Hispania romana, el reino visigodo, la Reconquista, los Reyes Católicos, el descubrimiento de América, las guerras carlistas, la contienda civil de 1936 y, naturalmente, el insidioso franquismo. El caló se convertirá en lengua cooficial. Se abrirán incondicionalmente las fronteras y se legalizarán los matrimonios con simios como expediente para revertir la preocupante estructura de la pirámide poblacional. Se suprimirá todo vestigio histórico anacrónico, del tipo que sea: para empezar, se modernizará la vestimenta, prohibiéndose todo aliño indumentario rancio y desfasado: el de charro, el de lagarterana, el de fallera, el pasiego, el baturro, los de faralaes y demás reminiscencias de un pasado a eliminar; también se proscribirán zaragüelles, refajos, pololos, faltriqueras, cachirulos, bobinés y demás prendas anacrónicas incompatibles con la modernidad. Ahora bien, quedarán excluidos de la prohibición los propios de las comunidades autónomas históricas que, a diferencia de las ahistóricas y en razón de haber precedido al Imperio romano en gloria y esplendor (cuando no habiéndolo fundado, según aseguran), merecen una particular consideración que contribuya a la preservación de tan ilustre acervo ancestral. Así, persistirán barretinas, boinas capadas y trajes de gaitero, entre otros. No faltaría más. También se procederá a prohibir disparates bromatológicos tales como las pipas de girasol (para desesperación del piperío del Bernabeu y otros recintos), los altramuces, los paparajotes, las chufas, los zarajos o madejas, las patatas bravas, las berenjenas de Almagro, el farinato charro y las banderillas de tres pisos. Quedará también vedado el sacrificio de cochinillos, lechazos, pichones y demás bestezuelas de tierna edad. Se prohibirá el deporte cruento de la caza y también el de la pesca con anzuelos.

Todas esas medidas harán que, en una generación, «la mas preparada de nuestras Istoria», España esté a la cabeza del Universo Mundo en justicia, concordia, felicidad y deuda pública. Ya falta menos.