En España, y muy concretamente en Ibiza, sólo nos falta coger el coche para ir al baño. La ausencia de un servicio eficiente de transporte público y nuestra propia cultura nos han hecho adictos a las cuatro ruedas; yonkies de la velocidad; siervos de los carburantes más contaminantes. Nos han educado para amontonar bienes materiales, para consumir por encima de nuestras posibilidades –y de las del medio ambiente– y en asuntos concretos como la automoción, nos han inoculado tal necesidad por adquirir un coche que francamente, ni sabemos ni queremos vivir sin ellos. Planes renove, ayudas fiscales y una ingesta indecente de anuncios publicitarios alimentan todo ese afán por tener coche. En la isla hay un vehículo por habitante; es decir, el parque móvil de Ibiza supera ya las 130.000 unidades. Y en verano ese número se dispara por la ingobernable flota de los ‘rent a cars’.
Las administraciones insulares parecen ahora dispuestas a quebrantar ese modelo de movilidad fomentando el uso de la bicicleta como medio de transporte y mejorando el servicio de autobuses. Pero ya saben, las cosas de palacio van despacio. La red de carriles bici que conectará no solo la ciudad de Ibiza sino los cinco municipios tardará al menos lo que resta de legislatura en ser una realidad. Y el desafío que representa modernizar y reforzar el transporte público nos traslada como punto de inicio al año 2018, cuando expira el contrato con las empresas concesionarias. Pero eso no es todo, harán falta lustros para educar y convencer a toda esa gente adicta al coche (entre los que me incluyo) de que hay medios más placenteros y sobre todo menos dañinos para moverse por el mundo.