Tengo una amiga cuyo índice de masa corporal, nivel de grasa, tensión y azúcar están dentro de los niveles considerados saludables. Reconoce que, aun así, y sin suponer muchos “peros”, tiene cartucheras o pistoleras, o todo tipo de metáforas que coloquen junto a sus muslos elementos de otra época y película. Asume que su tripa saluda al sol en vez de esconderse, que su culo no pasa desapercibido, que tiene flacidez, que su pecho es generoso y que sus brazos algo descolgados demuestran sus años y falta de horas de gimnasio. Tengo una amiga cuya celulitis se asoma sin vergüenza, cuyos michelines se exhiben con cualquier prenda y cuyo rostro no se muestra afilado, sino redondo. Mi amiga no es modelo, no tiene 20 años y es rotunda y sencillamente feliz con su cuerpo. No hace apología de la gordura, porque tiene una lozana talla 40, del mismo modo que tampoco aspira a entrar jamás en una 36 porque es grande desde que tiene uso de razón. Las tallas son como los años, números que en muchas ocasiones no se acompasan con la evidencia.

Esta amiga me recuerda siempre cómo Juan Manuel de Prada en la “Tempestad” fue el primero en acuñar el término “falsas delgadas” para todas aquellas mujeres que con ropa aparentan no sumar ningún kilo a los estándares de físico hoy impuestos, pero cuyos cuerpos los revelan en determinadas posiciones o al desprenderse de todo lo superfluo. Mi amiga siempre las señala y se ríe cuando estas se quejan de sus supuestos defectos estéticos, ¡como si realmente fuese a cambiarles la vida por tener unas nalgas más firmes!

La delgadez está de moda, y las dos lo sabemos. Hoy parece más estético mostrar clavículas y esternones que curvas y se considera un piropo que te pregunten si has perdido peso. Aunque no nos demos cuenta y lo hagamos sin pensarlo, de manera frívola y sin segundas intenciones, en una sociedad competitiva, obsesiva y preocupada en exceso por la apariencia, este tipo de comentarios puede provocar trastornos alimenticios en niños, adolescentes y adultos. Los kilos “de más” son como los granos: si no son muy evidentes nadie se da cuenta de que los tienes hasta que te lamentas de ellos.

Mi amiga se ríe de quienes afirman que la gente gorda es más feliz, porque no es verdad, pero también de quien sentencia que lo contrario mejora la vida. La felicidad no está dentro de una báscula, sino aquí y ahora, disfrutando de forma saludable de ella, haciendo deporte por placer y sin obsesionarnos, y degustando la comida sin abusar de ella. Mi amiga alucina cuando le dicen que si perdiese cinco o diez kilitos rompería moldes, porque no le incomoda vivir en un cuerpo fuera de los cánones impuestos por las revistas y porque sencillamente no le compensa renunciar a una vida plena por bajar una o dos tallas. Esta amiga envuelve ese cuerpo rotundo, honesto y natural en una piel más blanca que la luna y asume del mismo modo que su color tampoco está de moda. Si hubiese nacido en otra época las tornas cambiarían y la carne primaría sobre el hueso, pero en pleno Siglo XXI parece que, a pesar de las libertades de las que gozamos, todavía pensamos en blanco y negro. Eso sí, sentencia mi amiga, según las encuestas las mujeres más bellas de la historia no se han caracterizado nunca por tener “tabletas de chocolate”. De hecho, Sofía Loren, Marilyn Monroe o Mónica Bellucci están más cerca de un buen plato de pasta.

En esencia, mi amiga se cuida, come sano, hace deporte al menos dos veces a la semana y, sobre todo, no se priva de tomar un vino, o dos, con sus amigas y brindar por lo maravillosas y perfectas que son cada una de ellas con sus defectos y sus virtudes, porque sabe que ese momento es una razón de peso para ser celebrada.

Amigas, amigos, si quieren dedicarse al mundo del deporte o de la moda de forma profesional obvien este artículo y cultiven su cuerpo pero, si sus profesiones son otras, lean menos revistas y pásense a los libros, allí no hay Photoshop que nos engañe y las personas son casi de carne y hueso.