Nos dicen que vivimos en el paraíso, pero vemos que la gente más preparada nos rehuye y nos deja solos con nuestras enfermedades y nuestro aislamiento. Los ibicencos no comprendemos que con el dinero que genera Ibiza para el Estado y para los empresarios particulares que especulan desde oficinas de Londres, Suiza o París, nos encontremos sin anestesistas, médicos, policías, examinadores de autoescuela y personal diverso de la función pública, imprescindible para el normal desempeño de nuestra vida diaria.
Pero somos el paraíso, nos dicen. Ahora ya sabemos que vivimos encadenados a nuestra paradoja. Podemos poner cuatro millones de veraneantes sobre la isla y después de unos días de borrachera o de aquelarres químicos que volverían majara a cualquiera (y algunos caen en Ibiza), devolverlos a su casa; en cambio nosotros, los que vivimos todo el año encerrados, no disponemos de billetes en fechas señaladas o son a unos precios astronómicos.
La insularidad jamás ha sido superada ni solucionada por ningún gobierno local ni nacional. Los Consells de Baleares tienen tiempo para reunirse para sus comilonas y para arrancar las medallas de oro concedidas Franco, pero no se reúnen para discernir el sobrecoste de las autovías de Ibiza, ni para solucionar nuestra conectividad a lo largo del año, ni para solucionar la carencia o deficiencia de nuestras infraestructuras, no se reúnen para poner nuestros dos idiomas oficiales (español y balear) en plano de igualdad. Se reúnen para arrancarle a Franco las medallas, que ya sabemos que es un tema que nos quita el sueño.
Esta cuadrilla de inútiles va engordando a medida que pasa la legislatura, pero los problemas de la gente, enquistados y cronificados, permanecen. Que Dios os perdone.