El próximo martes, día 25, es la fiesta de Santiago Apóstol, el primero de los mártires entre los primeros apóstoles, evangelizador de España, y que entre nosotros tiene una gran y especial fiesta en Formentera. Su tumba se conserva en Santiago de Compostela y allí cada año, jóvenes y no tan jóvenes de nuestra diócesis van, haciendo una parte del llamado “Camino de Santiago».

Me gusta compartir con vosotros, estimados hermanos y amigos, lectores de este Periódico, indicaciones sobre los santos que celebramos en Ibiza y Formentera porque celebrar bien su fiesta es una buena y grande ayuda porque ello nos presenta el testimonio de su vida ejemplar, su amor a Dios y a los demás, de modo que nosotros, llamados también a la santidad, podamos imitarlos y a la vez recibir su ayuda desde el cielo.

Santiago de Zebedeo o El Mayor era miembro de una familia de pescadores, hermano de Juan Evangelista -ambos apodados Boanerges (‘Hijos del Trueno’), y uno de los tres discípulos más cercanos a Jesucristo, el apóstol Santiago no solo estuvo presente en dos de los momentos más importantes de la vida del Mesías cristiano -la transfiguración en el monte Tabor y la oración en el huerto de los Olivos-, sino que también formó parte del grupo restringido que fue testigo de su último milagro, su aparición ya resucitado a orillas del lago de Tiberíades.

Tras la muerte de Cristo, Santiago, apasionado e impetuoso, formó parte del grupo inicial de la Iglesia primitiva de Jerusalén y, en su labor evangelizadora, se le adjudicó, según las tradiciones medievales, el territorio peninsular español, concretamente la región del noroeste, conocida entonces como Gallaecia. En efecto, el libro de Los Hechos de los Apóstoles nos cuenta que éstos se dispersaron por el mundo para llevar la Buena Nueva de Jesús y a Santiago se le atribuye venir a España, primero a Galicia, donde estableció una comunidad cristiana y después a la ciudad romana de Cesar Augusto, hoy Zaragoza. La Leyenda Aurea de Jacobus de Voragine nos cuenta que las enseñanzas del Apóstol no fueron aceptadas y solo siete personas se convirtieron al Cristianismo. Estos eran conocidos como los «Siete Convertidos de Zaragoza». Las cosas cambiaron cuando la Virgen Santísima se apareció al Apóstol en esa ciudad, aparición conocida como la Virgen del Pilar. Desde entonces la intercesión de la Virgen hizo que se abrieran extraordinariamente los corazones a la evangelización de España.

Tras reclutar a los siete varones apostólicos, que fueron ordenados obispos en Roma por San Pedro y recibieron la misión de evangelizar en Hispania, el apóstol Santiago regresó a Jerusalén, según los textos apócrifos, para, junto a los grandes discípulos de Jesús, acompañar a la Virgen en su lecho de muerte. Allí fue torturado y decapitado con una espada en el año 44 por orden de Herodes Agripa I, rey de Judea.

La historia de su martirio cuenta que fue llevado al monte Calvario, fuera de Jerusalen. Durante el recorrido estuvo predicando y aún fue capaz de convertir a algunas personas. Cuando le ataron las manos, dijo: «Vosotros podeis atar mis manos, pero no mi bendición y mi lengua”. Un tullido que se encontraba a la vera del camino clamó a Santiago que le diera la mano y lo sanase. El Apóstol le contestó:”Ven tú hacia mí y dame tu mano”. El tullido fue hacia Santiago, le tocó las manos atadas e inmediatamente sanó. Josías, la persona que había entregado a Santiago fue corriendo hacia él para implorar su perdón. Este hombre se convirtió a Cristo.

Santiago le preguntó si deseaba ser bautizado y él dijo que si, por lo que el apóstol lo abrazó y le dijo: “Tu serás bautizado por tu propia sangre”. Y así se cumplió más adelante, siendo Josías martirizado también por su fe.

Una vez llegado al Monte Calvario, el mismo lugar donde antes fue cricificado Jesús, nuestro Señor, Santiago fue atado a unas piedras, le vendaron los ojos y lo decapitaron.

La tradición también relata que los discípulos de Santiago recogieron su cuerpo y lo trasladaron a Galicia (extremo norte-oeste de España). Sin embargo, la historia de los huesos del Apóstol no acaba aquí. Una vez descubiertas y honradas con un templo cristiano, las reliquias no pararon quietas mucho tiempo. Según la tradición oral, en el siglo XVI tuvieron que ser escondidas para evitar la profanación de los piratas que amenazaron la ciudad compostelana tras desembarcar en el puerto de A Coruña (mayo de 1589). Las excavaciones llevadas a cabo a finales del siglo XIX, al perderse la pista de los restos de Santiago, revelaron la existencia de un escondite -dentro del ábside, detrás del altar principal, pero fuera del edículo que habían construido los discípulos- de 99 centímetros de largo y 30 de ancho, donde se ocultaron, y se perdieron, durante años, los huesos del Apóstol. En 1884 el papa León XIII reconoció oficialmente este segundo hallazgo. Sus restos mortales están, pues, en la basílica edificada en su honor en Santiago de Compostela.