Quien ama de verdad a Dios ama también a sus semejantes, porque verá en ellos a sus hermanos, hijos de un mismo Padre, redimidos por la misma sangre de Nuestro Señor Jesucristo. En la 1º carta de San Juan leemos esto, el que ame a Dios ama también a su hermano, y añade: si alguien dice que ama a Dios, pero desprecia a su hermano, es un mentiroso. El mandamiento del amor es el más importante porque en él alcanza el hombre su perfección. El primero y más importante consiste en el amor incondicional a Dios; el segundo es consecuencia y efecto del primero. Jesús nos dice: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. El Señor establece que la medida práctica del amor al prójimo ha de ser la del amor a uno mismo; tanto el amor a los demás como el amor a uno mismo se fundamentan en el amor a Dios. De todo ello se deduce que el mismo amor a uno mismo, tiene la base en el Amor de Dios al hombre y trae como consecuencia las exigencias radicales del olvido de sí para amar a Dios y al prójimo por Dios.

Si practicamos las Bienaventuranzas, si vivimos el amor práctico al necesitado- incluso sin pensarlo-ya estamos amando a Dios con obras y de verdad. En el día del Juicio, si lo hacemos de este modo, podremos escuchar: Venid, benditos de mi Padre…….( Mt.25.31-40)