Las ánforas que se hacían con tierra ibicenca eran muy codiciadas en la antigüedad. Se creía que gracias a la benigna influencia del cachondo dios Bes podían repeler los venenos, lo cual ahorraba muchas dracmas y sextercios en sufridos catadores. Algo de verdad hay, pues confieso que a veces he bebido fabulosas cantidades vino de San Mateo en su interior y jamás he padecido la temida resaca.

Antes de la llegada del turismo de masas se encontraban fácilmente este tipo de ánforas en aguas de Formentera, Conejera, Freus, Tagomago…que recuperaban buceadores aficionados en una aventura personal. Muchas casas ibicencas guardan ánforas cartaginesas y romanas, verdaderos tesoros que los museos anhelan para mostrar en sus vitrinas.

Siguen siendo codiciadas por los piratas arqueológicos y tienen venta en el mercado negro para los fetichistas de la antigüedad (sean o no bebedores). En una reciente operación la Guardia Civil ha recuperado 42 ánforas y detenido a varias personas acusadas de delito contra el patrimonio histórico en Baleares.

Posiblemente el mayor pirata arqueológico de las Pitiusas fue ese pintor luminoso y sensual llamado Santiago Rusiñol, genio que acuñó la frase “Me voy a por tabaco” para escapar una amante posesiva (en vez de las Ramblas se fue a París), y golfo diletante que se llevó a su casa de Sitges la mayor colección privada de arte púnico del mundo.

En medio de sus hallazgos Rusiñol paseaba por un Vara de Rey libre de cemento espantoso, deambulaba por las calles de La Marina (entonces había más bares que tiendas de ropa) y luego subía por los arrabales de Sa Penya, siempre barrio hermoso y maldito, que tenía su mala fama por las tabernas y prostíbulos, pero especialmente porque acogía una casa de sanidad en que los marineros infectados guardaban la cuarentena.